Por: Alexander Rojas R.
Bernardo Bertolucci, Antonio Gramsci y Jean Jacques Rousseau fueron tres de los nombres rimbombantes que pronunció el presidente en su discurso del pasado 1º de septiembre en Nuquí, Chocó. Lo alarmante de este nuevo vuelo intelectual del presidente es el peligroso cocktail de personalismo y surrealismo. El efecto político inmediato es la constatación de un alejamiento cada vez más crítico del presidente con la realidad; y, en el mediano plazo, el daño irreparable a la izquierda colombiana.
El personalismo. De los casi 60 minutos de la alocución, 20 estuvieron dedicados a una exaltación de la nostalgia personal del presidente. Con clichés de tono patético que declaraban el dolor inevitable del amor, la partida, la separación; aderezados con reminiscencias románticas a su lucha guerrillera. La posesión de la primera mujer Defensora por el primer gobierno de izquierda en la historia colombiana, comenzó y terminó siendo una exaltación del «yo». Una desagradable invitación pública a la esfera privada del presidente, al sacrosanto núcleo de su familia, a sus emociones más íntimas. Un personalismo que lo acerca más a los volubles autócratas del siglo XVII que al racionalismo adusto de los hombres de Estado modernos.
El surrealismo. La apelación a un director de cine de culto en la era de Netflix, a un marxista en una generación intelectualmente descafeinada, y a un filósofo francés, que es una nota marginal en una clase sobre el origen del Estado, en un país donde no hay Estado, revelan la más desobligante desconexión del presidente con la política popular de la izquierda. Lo cierto es que las bases del petrismo, una fantasmagórica clase trabajadora, ha sido reemplazada por una tribu de intelectuales anti establishment que se pasean por universidades, canales de tv estatal o ministerios hondeando teorías estrafalarias como el «decrecimiento», el milagro de la medicina cubana o la democracia participativa venezolana.
Finalmente, la izquierda, que es una institución fundamental de la democracia colombiana como la derecha o el centro, será la que pagará los platos rotos en 2026 dejados por un presidente cuya introspección y surrealismo lo hicieron creerse el representante de toda la izquierda colombiana, mientras echaba globos ante la humilde comunidad de Nuquí, ¡Chocó¡, donde difícilmente vean cine de culto italiano o lean filósofos del liberalismo francés. O sencillamente, no les interese saber quién es Marx.
Politólogo y analista de la Universidad El Bosque, Bogotá.
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