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El derroche político de Gustavo Petro

Alexander Rojas R.

En una reciente conferencia sobre «Dictaduras en América Latina», les recordaba a mis estudiantes que en 1989 el dictador de Chile entre 1973-1989, Augusto Pinochet, realizó un plebiscito sobre la continuidad o finalización del régimen. El resultado fue contra Pinochet con el 56%. Lo interesante del hecho es que uno, sino el más, brutal dictador de América Latina en el siglo XX aceptó los resultados, dejó el poder y permitió la transición democrática de Chile.

Comparado con el plebiscito chileno, el fraude de Nicolás Maduro no solo es descarado por la diferencia abismal frente al candidato Edmundo González –algunas fuentes indican más de 40 puntos–, sino más brutal de lo que fue la dictadura militar de Pinochet. Al asalto del último nicho de la democracia venezolana –el voto–, le ha seguido una violación sistemática de derechos humanos, persecución judicial a miembros de la oposición, encarcelamientos, desapariciones, represión conjunta entre fuerza pública y colectivos paraestatales armados y un desprecio absoluto por la diplomacia, los conceptos expertos y las organizaciones internacionales –Unión Europea, OEA, ONU.

Lo pasmoso de la situación es que el presidente Gustavo Petro –elegido legítima y legalmente a través de las urnas, además de miembro de una guerrilla (M-19) fundada bajo la excusa del fraude que llevó a Misael Pastrana a la presidencia en 1970– ha terminado por constituir un nebuloso G3 junto con Lula de Brasil y AMLO de México, cuya acción más destacada ha sido guardar una sospechosa moderación frente a Venezuela. Sin duda alguna, una más de la racha de decisiones políticas erróneas que tienen al Presidente con más de 60% de desaprobación.

En el medio día de su cuatrienio, con una agenda de reformas “estructurales” frustrada, un Congreso en contra, una Paz Total con el Cauca y el Chocó perdidos para el Estado, un déficit de recaudo para 2025, cuya víctima inmediata será la inversión social; actos simbólicos controversiales e inocuos para los problemas del país, v.g., modificar un escudo o entronizar el sombrero de un ex partisano guerrillero, lo que uno se pregunta es: ¿hasta qué punto el Presidente seguirá derrochando su raquítico capital político? La consecuencia, no obstante, ya la puedo augurar a mis lectores: la debacle de la izquierda en 2026 y su marginación política por una era más.  

jalexanderrojasr@icloud.com

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