inicioOpiniónGracias, Trump: Una clase magistral en el arte de la patanería diplomática

Gracias, Trump: Una clase magistral en el arte de la patanería diplomática

Por: Luis Ernesto Salas Montealegre Economista, especializado en Planeación Regional y Urbana

Opinión

Querido lector, prepárate para un viaje al corazón de la diplomacia moderna, donde la sutileza brilla por su ausencia y el sarcasmo es la única respuesta posible. Porque, ¿cómo no reírnos (o llorar) ante el espectáculo que nos regaló Donald Trump el pasado viernes 28 de febrero? Gracias, Trump, por recordarnos que, a veces, la realidad supera cualquier intento de parodia.

El viernes fue un día histórico, pero no por las razones que uno esperaría. No, no hubo avances en la paz mundial ni acuerdos históricos. En su lugar, tuvimos un despliegue de patanería, intimidación y falta de tacto que dejó al mundo boquiabierto. Imagínense: el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, enfrentándose a Volodímir Zelenski, el hombre que lleva tres años lidiando con una invasión rusa, como si estuvieran en un episodio de un reality show. Pero, claro, esto no fue cualquier pelea. Esto fue una clase magistral en cómo no hacer diplomacia.

Gracias, Trump, por disipar cualquier duda sobre su estilo de liderazgo. ¿Para qué perder el tiempo con estrategias complejas cuando se puede recurrir a la intimidación barata? ¿Para qué hablar con respeto cuando se puede ridiculizar la ropa de un líder que está luchando por la supervivencia de su país? Sí, porque nada dice “Estados Unidos está contigo” como reírse de la indumentaria de alguien que está defendiendo a su pueblo de bombardeos y masacres.

Y no podemos olvidar a su fiel perro faldero, el vicepresidente Vance, ese hombre que parece haber salido directamente de un manual de “Cómo ser un matón en política”. Gracias, Vance, por completar el dúo dinámico de la intimidación. Juntos, ustedes dos lograron lo que ni siquiera Vladímir Putin ha conseguido en tres años de guerra: hacer que el mundo simpatice aún más con Ucrania y cuestione seriamente la credibilidad de Estados Unidos. Bravo.

Pero, ¿qué desencadenó esta joya de la diplomacia? Según testigos, todo comenzó cuando Zelenski tuvo la audacia de hacer una pregunta razonable: “Putin ha firmado muchos acuerdos sobre Ucrania y no ha cumplido ninguno. ¿No les preocupa que Putin viole las condiciones de ese alto el fuego?”. ¡Cómo se atreve! ¿Quién le dio permiso a Zelenski para usar la lógica en medio de una negociación? Claro, su reacción fue proporcional: levantar la voz, intimidar y, por supuesto, asegurarse que todo quedara bien en televisión. Porque, al final, eso es lo que importa, ¿no?

Gracias, Trump, por recordarnos que la política exterior no tiene que ver con la justicia, la verdad o el imperio de la ley. No, no. Se trata de quedar bien en cámara, de fanfarronear en el único idioma que sabe (el de la bravuconería) y de alinearse con autócratas como Putin. Porque, ¿para qué defender la democracia cuando se puede ser el hazmerreír del mundo?

Pero, Trump, no todo es malo. Gracias a su representación, muchos de sus ciudadanos han entendido algo importante: que alinearse con la autocracia de Putin no es la mejor manera de mantener la credibilidad de Estados Unidos. Los líderes europeos han cerrado filas con Zelenski. Incluso en España, donde algunos piensan que Putin es una paloma de paz, han entendido que estar del lado del agredido es lo correcto.

Ahora, las cosas están difíciles. Para Ucrania, para Europa, para todos los que creemos en la justicia y la verdad. Pero gracias, Trump, por dejarnos claro qué es lo que queremos: estar con el agredido, no con el agresor; conseguir una paz justa; decir la verdad, no distorsionar la historia, no engañar. Gracias por recordarnos que el imperio de la ley es más importante que los caprichos de los gobernantes.

Así que, gracias, Trump. Gracias por este recordatorio de lo que no queremos. Gracias por dejarnos claro que el futuro no está en la intimidación, sino en la justicia; no en la mentira, sino en la verdad; no en la autocracia, sino en la democracia. Ahora, más que nunca, sabemos lo que hay que hacer. Y, aunque el camino será difícil, al menos tenemos claro qué es lo que no queremos repetir.

Gracias, Trump, por ser el espejo en el que no queremos vernos reflejados. Y gracias, también, por recordarnos que, a veces, la mejor manera de defender la democracia es señalando lo que no debe ser.

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