Por: Luis Ernesto Salas Montealegre
Opinión
En un giro digno de novela de realismo mágico —o de telenovela grabada entre Soacha y Queens—, Colombia ha vivido un hecho histórico: las remesas, sí, esos giros benditos que envían los parientes desde el extranjero, le ganaron la carrera al mismísimo petróleo como la principal fuente de divisas.
A ver, petróleo, tú tuviste tu momento. Fuiste el rey de los titulares, el músculo financiero de la nación, el galán de telenovela que todo lo podía. Pero ahora, gracias a la tía Marlene que trabaja doble turno en un nail spa en Nueva Jersey, y al primo Jairo que hace Uber en Madrid con un Seat León del 2008, tenemos nuevo protagonista: el “Giro Express”.
Houston, tenemos un giro.
En febrero, mientras el petróleo se desplomaba más rápido que una promesa de campaña, las remesas alcanzaban los 1.031 millones de dólares, según Corficolombiana. Nada mal para un país que hasta hace poco celebraba cuando el barril subía a 90 dólares. Hoy el brent no da ni para fritar una empanada. El WTI, por su parte, parece una criptomoneda en depresión.
¿Y qué hizo el petróleo? Se deprimió. Cayó a niveles no vistos en cuatro años. Incluso los combustibles están empezando a buscar psicólogo. Porque ahora la que manda es la remesa, esa que llega puntual el 15 de cada mes y salva a más de una casa del gota a gota.
¿Quién necesita pozos cuando tienes primos en Boston?
La cosa es seria, pero también un poquito absurda: el país que hace cuatro años, antes de la famosa transición energética de este gobierno el petróleo era el rey, ahora vive del cariño en efectivo de su diáspora. Es como si los migrantes dijeran: “tranqui, Colombia, yo te sostengo, mi reina”. Y Colombia, con los ojos llorosos, responde: “Ay, mijo, gracias por ese Zelle que me mandaste, ya pagué el arriendo”.
Lo más lindo de todo es que este boom remesero se da justo cuando el mundo está al borde de una guerra comercial, con Donald Trump jugando Monopoly versión geopolítica: aranceles para todos, murallas más grandes y un nuevo plan de “deportación exprés” que haría ver a Migración Colombia como un grupo de boy scouts.
Trump: el mejor enemigo de la remesa… y el mejor promotor.
El expresidente y actual ocupante del Despacho Oval en modo “revancha”, promete deportaciones en masa y, de paso, amenaza con ponerle impuestos a las remesas. O sea, si antes mandar 100 dólares costaba 4, ahora podría costar 40 y media arepa.
Pero tranquilos, no todo es malo. Si algo ha demostrado el colombiano en el exterior es que tiene doctorado en supervivencia. Si hay que aprender a hacer pan de bono en Suecia o cortar césped en Canadá con guayabera y parlante de Diomedes, lo hace. La remesa no va a caer así no más, ni por una de las famosas Órdenes ejecutivas ni por arancel. La remesa es sagrada, como el ajiaco los domingos.
La nueva economía: menos barriles, más bendiciones.
La conclusión es clara: Colombia está entrando a una nueva era económica, una donde el motor no es el petróleo, sino el amor traducido en giros bancarios.
Así que, si usted tiene un familiar en el exterior, abrácelo por WhatsApp. Y si no lo tiene, vaya haciéndose amigo de alguien en Nueva York o Valencia. Nunca se sabe cuándo le va a caer un “te mandé algo para que te compres un gustico”.
Bienvenidos a Remesópolis S.A., donde el nuevo oro negro viene con acento extranjero… y huele a loción de papelería enviada desde el Bronx.
