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El adiós de un papa que transformó el corazón de la iglesia

Por: Faiver Eduardo Hoyos Pérez

Opinión

Sin ser muy devoto, pero siempre respetuoso y creyente, escribo estas líneas con la melancolía de quien ha sido testigo de un momento histórico. Sin duda, Francisco no fue un papa más; fue un defensor de la humanidad que sacudió los cimientos de una institución milenaria. Su partida, justo después de Semana Santa, parece un simbolismo divino, en el cual dejó una huella indeleble en la tierra.

Recuerdo con nostalgia, cuando en el año 2015, tuve el privilegio de escuchar en vivo a su santidad Jorge Mario Bergoglio, en la Plaza de San Pedro ubicada en el Vaticano. Muchas enseñanzas y reflexiones. Entre las que recuerdo, fue el apoyo incondicional que le brindaba los jóvenes y a las diferentes comunidades minoritarias. En lo personal, ha sido una de las experiencias más importantes en mi vida.

El papa Francisco fue protagonista de importantes noticias, como cuando decidió abandonar la suntuosa residencia papal y elegir la sencilla Casa Santa Marta. No era un simple gesto, era una declaración de principios. Francisco nos enseñó a través del ejemplo, que el poder no se encuentra en los palacios, sino en la capacidad de servir, de inclinarse ante el otro, de poder reconocer la dignidad de cada ser humano.

Su pontificado fue una revolución en pleno siglo XXI, dado que desmanteló privilegios, confrontó la opulencia institucional y nos recordó que la verdadera espiritualidad no se mide por ornamentos, sino por la profundidad del compromiso con las personas más vulnerables. Cada vez que lo vi extender su mano a los olvidados, comprendí que estaba presenciando algo más que un líder religioso.

Como un dato adicional a lo que el papa Francisco hizo por los necesitados, se conoció que los últimos 200.000 euros de su vida los donó para ayudar a presos. No necesitó un discurso extenso para demostrar su mensaje y aquí deja una gran enseñanza a aquellos que se lucran o benefician con la necesidad ajena. En ese sentido, la misericordia no es un concepto abstracto, es un acto concreto, es ponerse en el lugar del otro.

Su muerte no es el final de un capítulo, sino el inicio de una profunda reflexión. ¿Continuará la Iglesia el camino de transformación que él inició? ¿Mantendrá ese espíritu de apertura, de diálogo, de reconocimiento de las complejidades del mundo contemporáneo? ¿El papa que llegué será más radical que el anterior?

Todas estas dudas y muchas otras, son las que suscita la escogencia del nuevo sumo pontífice, el cual tendrá grandes desafíos para restaurar la fe en la humanidad. Por lo tanto, la llegada del nuevo papa no se trata solo de administrar una institución, sino de seguir removiendo conciencias, de seguir desafiando estructuras enquistadas, de seguir siendo un puente entre lo divino y lo humano.

Por lo pronto, hay que recordar el legado del papa Francisco y ponerlo en práctica, la verdadera revolución comienza cuando decidimos ver al otro como un hermano. Descansa en paz, Francisco.

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