Por: Jorge García Quiroga
Opinión
En un país donde el éxito muchas veces viene acompañado del olvido, donde los títulos y los logros alejan a las personas de sus raíces, Rafael Figueroa Casanova es una excepción que inspira. Hoy lidera uno de los proyectos educativos más importantes del centro del país: la creación de la Facultad de Medicina en la Institución Universitaria Salud Colombia, en Ibagué. Y lo hace con el mismo corazón humilde, alegre y comprometido que lo ha acompañado desde su infancia.
Rafael es oriundo de La Plata, Huila, y quienes lo conocemos desde siempre sabemos que sigue siendo el mismo muchacho sencillo que se emociona tocando rajaleña cada San Pedro, que no pierde oportunidad para regresar a su pueblo, a sus calles, a los amigos de siempre. Pero también es un médico brillante, un cirujano cardiovascular con una trayectoria impecable, construida con disciplina, esfuerzo y una vocación profundamente humana.
Lo que realmente lo hace grande no está solo en los quirófanos ni en los cargos que ha ocupado. Está en su generosidad. Conozco decenas de personas, muchas de ellas humildes, que viajan desde La Plata hasta Ibagué para ser atendidas por él. Lo hacen con la seguridad de que serán recibidas como familia. Rafael nunca pregunta primero por los recursos, simplemente atiende, escucha, acompaña. Para él, ayudar no es un favor, es parte de lo que lo define.
Esa esencia es la que ahora quiere transmitir desde las aulas. Como rector de esta nueva institución, su propósito es claro: formar médicos con sensibilidad social, ética sólida y excelencia académica. “Queremos estudiantes que piensen, que debatan, que sientan”, dice con convicción. Y quienes lo conocemos sabemos que esas no son palabras vacías, sino principios de vida.
Rafael Figueroa Casanova es un ejemplo para el Huila y para Colombia. Su historia demuestra que sí es posible salir adelante, que se puede soñar en grande sin olvidar de dónde se viene. Desde un rincón pequeño del país como La Plata, se pueden construir caminos que impactan vidas, regiones y generaciones.
Su pueblo debe sentirse orgulloso. Porque su vida inspira y demuestra que el éxito no tiene por qué alejarnos de nuestras raíces, sino que puede fortalecerlas. Rafael no se fue para no volver. Se fue para prepararse, crecer y regresar con más herramientas para servir.
Y eso es lo que ha hecho siempre: servir con el alma, sin estridencias, con cariño, con humildad. Los que lo hemos visto crecer sabemos que no hay bata blanca que le quede tan bien como su sencillez, ni edificio moderno que valga más que su voluntad genuina de ayudar.
Rafael Figueroa Casanova no solo es un gran médico: es una inspiración que late con fuerza y que le recuerda a todo un país que la grandeza también nace en los pueblos pequeños.
