Por: Pedro Javier Jiménez
Opinión
La entrevista a Gustavo Petro, hecha por Alejandro Riaño en su personaje de Juanpis González, lejos de ser una pieza periodística seria, es el vivo reflejo de cómo nos dejamos embaucar por una narrativa que trivializa los problemas del gobierno Petro y, por supuesto, los problemas estructurales del país.
Riaño hizo todas las preguntas que deberían formularse en un escenario serio, y Petro evadió cada una con el tono burlón propio de su ego. ¿Cómo les explico a mis hijos que este país debe dejar de ser el del sagrado rostro y los festivales, y empezar a ser liderado con dignidad, con respeto por los valores que realmente definen nuestra idiosincrasia?
Al presidente todo se le facilita: desconocer fallos y decisiones de las cortes, provocar crisis a las tres de la mañana en Twitter, legitimar dictaduras con su silencio, ignorar cada hecho de corrupción —como el escándalo de los carrotanques de la UNGRD—, ausentarse de actos oficiales por trasnochos innecesarios y recorrer el mundo como las mariposas amarillas de Gabo, sin rumbo ni agenda.
Hace escala en Panamá y, cual Romeo sin pudor, pasea como “hombre soltero”. Mientras el país enfrenta una crisis fiscal, él reivindica en nombre del Día del Trabajo al CRI —entidad de la que nadie sabe a ciencia cierta qué hace— con $300 mil millones para la famosa “paila comunitaria”.
¿Y la paz total? Otro ejemplo de su “responsabilidad constitucional”: desmovilizar a las Fuerzas Armadas y convertirlas en brigadas cívicas de baja resistencia. Cedió el territorio y transportó en helicópteros y camionetas de la UNP a cabecillas narco-guerrilleros, como ocurrió con los secuaces de Calarcá.
A Petro le fascina estar cerca de la droga. No para erradicar la cultura traqueta desde la raíz —que, por cierto, se ha expandido—, sino para permitir que el país se deslice por la senda del consumo, impulsado por sus funcionarios y, según Álvaro Leyva, hasta por él mismo.
Y para cerrar este inventario de “buenos ejemplos”, esta semana insultó en plaza pública, entre risas y poses de bufón, al presidente del Senado, Efraín Cepeda. Luego, en la marcha del primero de mayo, izó simbólicamente la bandera de “guerra a muerte”, emulando no a Bolívar, sino a Chávez. Terminó amenazando, una vez más, al Congreso. Una muestra más de su importaculismo frente al respeto por el otro y por las dignidades que sostienen nuestro Estado Social de Derecho. Le importa poco. O nada. Una vaina compleja. Como ser el último Aureliano.
¿Petro? Una prenda de garantía… para construir todo lo contrario a una sociedad justa, incluyente, pujante y respetuosa de los proyectos de vida de los colombianos.