Por: Faiver Eduardo Hoyos Pérez
Opinión
En algunas ocasiones, el silencio tiene rostro de mujer en esta ciudad. En otras, muchas veces también cicatrices. La historia de Mychel Alejandra, la joven mesera que saltó del taxi para salvar su vida y su dignidad, no es un caso aislado. Es el grito contenido de muchas otras mujeres que han callado por miedo, vergüenza o desesperanza ante la negligencia de las autoridades.
Hoy, en Neiva, hay un presunto depredador rondando por nuestras calles, tiene uniforme amarillo y una sonrisa hipócrita que engaña. No es fácil lanzar una condena pública sin una sentencia judicial. Desde luego, no es lo ideal y mucho menos lo justo, pero cuando el testimonio de una mujer herida, temblorosa, sangrando y con el alma hecha trizas, se acompaña de pruebas, de videos, de marcas en el cuerpo y del eco de otras voces que se atreven a salir del escondite del trauma, entonces uno no puede quedarse callado, porque el silencio en estos casos, también es complicidad.
¿Quién tiene el valor de cuestionar a una mujer que, a medianoche, se lanza de un vehículo en movimiento con tal de escapar del horror? ¿Quién se atreve a llamarla mentirosa cuando arrastra heridas en la cabeza, el cuerpo y el alma? ¿Qué necesidad tendría la mujer de mentir? No se necesita ser perito forense para comprender que hay verdades que se gritan con el cuerpo, y Mychel lo hizo. Por fortuna, pudo contar su historia y no ser una cifra más en las estadísticas oscuras de este país feminicida.
Lo de Neiva parece que no es nuevo, pero sí muy urgente, ya que las denuncias que han surgido después de la de Mychel lo confirman. Hay un patrón, un modo de operar. Hay un agresor o varios, que se esconden detrás del volante, y mientras la justicia se toma su tiempo, ellos siguen cobrando carreras, cazando víctimas y haciendo quedar mal un gremio trabajador como los taxistas, gremio al cual personalmente respeto mucho.
Definitivamente, un caso como estos no se soluciona con comunicados tibios de las autoridades ni con hashtags de ocasión. En ese sentido, se necesitan acciones reales como el rastreo inmediato del agresor, la suspensión de licencias, protocolos serios de protección para las denunciantes, y sobre todo, una justicia que no revictimice a quien ya sobrevivió al infierno.
Personalmente soy un defensor de la presunción de inocencia, pero también creo en la voz de las víctimas, las cuales a veces son opacadas en medio de un sistema que en muchas situaciones favorece a los agresores. En este caso, es más fácil creerle a Mychel que a un hombre que manejaba de noche, desvió la ruta, mintió sobre su identidad, la amenazó con un cuchillo y presuntamente la manoseó. Luego sale en una entrevista por un medio de comunicación, sin dar la cara y entrando en múltiples contradicciones.
De algo estoy seguro, a Mychel no la tiró el taxista del carro. Se lanzó ella misma. Se lanzó por miedo, por instinto, por sobrevivir. Y eso en una ciudad como Neiva, no se puede permitir. Por ende, desde este espacio le exijo mano dura a las autoridades, es hora que actúen con celeridad y contundencia. Nuestra ciudad no aguanta otro caso de estos.