Por: Jorge García Quiroga
Opinión
En el Huila, no hay época del año más esperada que la temporada de San Pedro. Aunque la fiesta principal es a finales de junio y comienzos de julio, la celebración comienza casi un mes antes. Desde las rondas en los barrios hasta los reinados municipales, los pueblos del Huila entran en modo fiesta. La música cambia, los asados se multiplican, los horarios laborales se ajustan y todo el departamento vibra con un mismo ritmo: el del sanjuanero huilense.
Pero, ¿por qué esta fiesta nos importa tanto? ¿Por qué sentimos tanta emoción con una rajaleña, un desfile, un asado? ¿Qué hay detrás de esta alegría colectiva que nos transforma cada año?
Desde la neurociencia, se sabe que las fiestas activan varias zonas del cerebro relacionadas con el placer, la emoción y la memoria. Cuando escuchamos una canción típica, bailamos en grupo o comemos un plato tradicional, el cerebro libera dopamina, la “hormona del bienestar”. Eso explica por qué nos sentimos felices y relajados.
Además, la convivencia durante las fiestas con amigos, vecinos y familia aumenta la oxitocina, conocida como la “hormona del cariño”, que fortalece nuestros lazos con los demás. Por eso, durante San Pedro nos sentimos más unidos, incluso con personas que no conocemos. La alegría se contagia.
A los seres humanos nos gustan las fiestas por naturaleza. Desde tiempos antiguos, todas las culturas han creado celebraciones para compartir, agradecer, recordar y descansar. Las fiestas nos sacan de la rutina, nos dan una pausa mental, nos ayudan a liberar el estrés y a reconectarnos con lo que somos.
En el caso de San Pedro, hay algo más profundo: el orgullo de ser huilense. Esta fiesta no solo es música y baile. Es un símbolo de identidad. Es una forma de mostrar nuestra historia, nuestras raíces campesinas, nuestra forma de hablar, de comer, de vestir y de celebrar la vida.
Para la cultura huilense, San Pedro es como un espejo que nos recuerda quiénes somos. El asado, la música rajaleña, el aguardiente, los desfiles y el reinado no son solo tradiciones: son símbolos que nos unen. Nos conectan con nuestros abuelos, con nuestros barrios, con nuestra tierra.
Desde la antropología, los rituales como San Pedro tienen un poder especial: crean comunidad. Nos hacen sentir parte de algo más grande. Y eso genera seguridad, confianza y alegría.
¿Y por qué nos transformamos? Durante estas fiestas, todo cambia. Incluso en las entidades del Estado se le busca el quiebre jurídico para ajustar los horarios. No solo en el Huila: esto pasa en todas las fiestas de Colombia. La ciudad se reorganiza, los horarios laborales cambian, las prioridades se modifican. No es exageración: es necesidad cultural. San Pedro no es solo una fiesta, es una experiencia colectiva. Es un tiempo sagrado para la gente. Y cuando una sociedad vive una tradición con tanto amor, el cuerpo, la mente y el corazón se conectan.
Así que sí: nos gusta la fiesta, y mucho. Pero no es solo por el licor o el descanso. Es porque celebrar en comunidad nos hace bien. Mejora nuestro estado de ánimo, fortalece los lazos sociales y nos da un sentido de pertenencia que no se puede reemplazar.
Por eso, cuando empieza junio, algo cambia en el aire. El huilense se llena de energía, de emoción, de orgullo. Y no es coincidencia: es ciencia, es cultura y es corazón.
