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Privados de la libertad en Garzón, embellecen las calles del municipio

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Los pinceles y las palas reemplazaron las rejas. Bajo el sol ardiente del Huila, un grupo de hombres en overoles, aún con el peso de una condena a cuestas, limpia, pinta y reconstruye. Son personas privadas de la libertad (PPL) que hoy tienen en sus manos más que herramientas: una nueva oportunidad.

En Garzón, un municipio que empieza a reescribir su historia desde las bases, la alcaldía local lidera una estrategia que rompe moldes. Se llama “Se transforman espacios, se transforman vidas” y no es un simple programa de embellecimiento urbano. Es una apuesta por la reconciliación, la justicia restaurativa y la reinserción social real, lejos del castigo perpetuo que suele imponerse incluso después de salir de prisión.

Francisco Calderón Feriz, alcalde de Garzón, ha decidido jugársela por un modelo de gobernanza que incluye a quienes tradicionalmente han sido excluidos. “Creemos que si alguien ya ha pagado su deuda con la sociedad y quiere cambiar, merece una segunda oportunidad”, dice con tono firme, pero cercano.

La estrategia, que ya se ha desarrollado en sectores tanto urbanos como rurales, consiste en que personas próximas a terminar sus condenas trabajen en el mejoramiento de parques, colegios, andenes y otros espacios públicos. Es una labor que beneficia a la comunidad y al mismo tiempo dignifica a quienes participan en ella.

La iniciativa cuenta con el respaldo del INPEC y de varias dependencias del gobierno municipal, como la Secretaría de Educación, Deporte y Recreación. También ha encontrado eco en el Concejo Municipal, donde la concejal Yeimi Carolina ha defendido el programa como una forma concreta de paz territorial.

Pero más allá de la política, lo que está ocurriendo en Garzón es una escena poco común: personas que alguna vez transgredieron las normas, hoy ayudan a reconstruir los espacios que antes quizás les fueron ajenos.

Uno de ellos, que prefiere mantener el anonimato, pinta los muros de una escuela donde alguna vez estudió. “Aquí siento que puedo empezar de nuevo. No somos solo lo que hicimos, también podemos ser lo que estamos dispuestos a hacer ahora”, dice mientras limpia su brocha.

La comunidad, al principio reticente, ha empezado a ver con otros ojos a quienes antes solo conocían por los estigmas. “Al comienzo había miedo, claro. Pero después uno ve el compromiso, las ganas de cambiar… y eso toca el corazón”, comenta una vecina del barrio Villa del Sol, donde recientemente se intervino un parque infantil.

Este proceso no es improvisado. Hay acompañamiento psicosocial, pedagogía restaurativa y una visión clara de corresponsabilidad. Desde la administración municipal se insiste en que no se trata solo de arreglar calles, sino de reparar vínculos rotos.

“La sociedad tiene que saber que estas personas están construyendo, no destruyendo. Están pidiendo una nueva oportunidad y aquí se la estamos dando con acciones reales”, recalca el alcalde.

Mientras en otros lugares del país el discurso sobre la seguridad se limita al castigo, Garzón opta por la inclusión. Aquí, la justicia no se grita: se trabaja con cemento, pintura y, sobre todo, con dignidad.

Porque al final, como bien lo resumen en la alcaldía, “entre todos y todas estamos construyendo un municipio donde nadie se quede atrás, donde incluso quien se equivocó, pueda volver a empezar”.

Y en cada parque renovado, en cada aula reparada, en cada rostro que recupera la esperanza, se nota que no solo están cambiando los espacios: también están cambiando las vidas.

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