Por Pedro Javier Jiménez.
Opinión
El atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay es una muestra dolorosa y contundente de lo perverso que puede ser liderar una sociedad sin comprender la esencia de la tolerancia y el respeto por la diferencia. Llevamos casi tres años sumidos en un liderazgo que ha sembrado odio, promovido la división y alimentado la rabia entre clanes ideológicos. No soy abogado, pero la Constitución es clara en el deber de un jefe de Estado: unir, no dividir; proteger, no instigar y atentar contra la democracia y el orden institucional. Petro usted no une.. usted es un líder incendiario.
El dolor por el atentado contra Miguel Uribe no tiene color político ni ideología: es el mismo que sentimos por cada víctima de esta violencia política que nos desangra y nos demuestra que Colombia, hoy por hoy, no tiene rumbo.
¿Cómo hacemos los colombianos de bien y si somos de bien de cualquier ideología que respetamos la democracia y los de derechos de los semejantes —de izquierda, de derecha, de centro— para construir consensos, para luchar sin violencia por una sociedad más justa? ¿Cómo nos respetamos en la diferencia si quien debería dar ejemplo ha optado por el conflicto como estrategia de poder?
Oiga usted, de izquierda, y usted, de derecha: la idea no es matarnos ni vencernos para imponer un modelo de país. La idea —la más básica, la más urgente— es aprender a construir juntos desde el consenso.
Porque lo primero que debe garantizar cualquier sociedad civilizada es la vida. Sin vida no hay ideas, no hay debate, no hay país posible. Proteger la vida es proteger la democracia misma, porque no hay libertad cuando se impone el miedo ni hay justicia cuando se silencian las voces a través del terror.
Colombia no puede seguir caminando por la ruta del odio. Nos están matando por pensar distinto, y eso no solo es inaceptable: es una amenaza directa al futuro del país. Necesitamos, con urgencia, un nuevo pacto social, uno donde disentir no sea una sentencia de muerte, donde el pluralismo no sea un riesgo, sino una riqueza.
Por eso, desde aquí hacemos un llamado a todos —de izquierda, de derecha, de centro, a quienes creen y a quienes dudan— para que marchemos juntos por lo más básico y lo más sagrado: por la vida.
Una marcha por la vida, por la democracia y por la construcción de un país que no tenga que matarse para llegar a acuerdos. Una marcha donde no importen los colores partidistas, sino la bandera común de un país que quiere paz, respeto y consenso.
Es momento de que la Colombia decente, la que quiere vivir sin miedo, se encuentre en las calles. No para gritarse, sino para reconocerse.
¡Marchemos por la vida, marchamos por Colombia! Marchemos por defender la vida del otro como la propia! No seamos sinvergüenza de pensar que la diferencia ideologícas nos dan el vil derecho de acabar con la vida. Así no Colombia!
