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Reinados: Cuando la tradición se convierte en orgullo

Por: Jorge García Quiroga

Opinión

Los reinados no nacieron en Colombia. Esta tradición se remonta a siglos atrás, desde las civilizaciones antiguas como la griega y la romana, donde se elegían mujeres para representar la belleza, la fertilidad o el espíritu de sus celebraciones. Más adelante, en Europa, especialmente durante la Edad Media, se elegían reinas simbólicas en ferias y festividades para encarnar el alma del pueblo. Al llegar los españoles a América, trajeron estas costumbres, que aquí se mezclaron con las tradiciones indígenas y afrodescendientes. De esa fusión cultural nacieron los reinados populares que hoy conocemos.

Con el tiempo, estas elecciones dejaron de ser solo un símbolo europeo y se convirtieron en una forma de expresión propia de los pueblos americanos. Las reinas pasaron a representar no solo la belleza física, sino también el orgullo cultural de sus comunidades: sus trajes típicos, la manera de hablar, el conocimiento del folclor, y sobre todo, la capacidad de bailar con el corazón. Ser reina es ser una embajadora de lo propio, una portadora viva de la identidad de su tierra.

En el Huila, esta tradición cobra un valor especial durante las fiestas de San Juan y San Pedro. Cada junio, los municipios se llenan de música, danzas, desfiles y alegría. El Reinado Nacional del Bambuco, que se celebra en Neiva, es una de las expresiones culturales más importantes del país. Allí, las candidatas deben interpretar el sanjuanero huilense, una danza que no solo exige técnica, sino también gracia, pasión y profundo respeto por las raíces culturales.

Por eso no sorprende que los reinados sigan tan vivos. En algunos años, se han llegado a presentar más de 35 sanjuaneros en una sola categoría, lo que demuestra la fuerza de esta tradición. Cada uno representa a un barrio, un corregimiento o un municipio que desea mostrar lo mejor de sí. En algunas comunidades, la elección de la reina une a todos en un mismo sentir; en otras, puede generar divisiones. Pero ambas situaciones son parte de lo que significa vivir intensamente estas fiestas. Para los huilenses, el reinado no es un simple concurso: es una oportunidad de mostrar el alma de su tierra. Ver tantos sanjuaneros no es un exceso, es una muestra de cuánto valoramos nuestras raíces.

Cada candidata es recibida con orgullo por su comunidad. Se preparan durante meses, estudian la historia de la región, perfeccionan su baile, diseñan cuidadosamente su traje típico y se forman como representantes culturales. Desde niñas hasta mujeres adultas, en algún momento muchas han soñado con ser reinas. A través de ellas, la identidad opita se mantiene viva, se fortalece y se celebra.

Además, los reinados impulsan la economía local: atraen turistas, dinamizan el comercio y llenan de vida las calles. Pero más allá del aspecto económico, estos eventos unen generaciones, enseñan a los niños a valorar su cultura, despiertan recuerdos en los mayores y fortalecen el sentido de pertenencia.

En el fondo, los reinados son mucho más que coronas y aplausos. Son una forma de resistir al olvido, de defender la cultura, de celebrar lo nuestro. Son una manera de decirle al mundo: esto somos, y no lo vamos a perder.

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