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Y si en vez de vender el voto lo honramos

Por: Andrés Calderón

Y si esta vez, cuando estemos frente a la urna de elección a punto de marcar el tarjetón, dejamos de pensar en forma individual, en las posibilidades de trabajo para nuestros hijos que me ofrece el candidato, en que tal vez me pueda cumplir y me dé subsidio, en el mercado que me llevó o en los 50 o 100 mil pesos que me pagó como “pregonero” o lo que malintencionadamente quieren inducirnos a través de noticias falsas (no buscamos la veracidad).

Sería bueno despojarnos de tanto egoísmo y tantas mentiras, aunque sea una sola vez, y probar ser ciudadanos responsables, ejercer el voto de forma libre, sin compras, sin presiones o compromisos más allá que los del bien colectivo, porque al final somos eso, un colectivo, y la finalidad única de la política es organizarnos para generar bienestar a todos sus integrantes.

Sé que para muchos puede sonar demasiado ilusorio o utópico esto que acabo de decir. Vivimos en una sociedad que, paradójicamente, avanza en desarrollos tecnológicos, pero involuciona cada vez más en su consolidación colectiva, donde la ética está quedando para los libros y el dinero parece ser si lo compra todo. Y me atrevo a hacerlo porque creo que es una de las formas de dar reverso, usar la pluma como acto de rebeldía, exponer abiertamente lo que todos saben, pero nadie se atreve a discutir públicamente. A ver si un día la ética, la idoneidad y el mérito se apoderan de lo público y así poder cohesionarnos, superar nuestros males.

“En reino de ciegos, el tuerto es rey”, dice el refrán, y Colombia sufre de muchos tipos de ceguera, cosa en la que no haré énfasis. Lo que sí me interesa es mostrar cómo las elecciones que se avecinan nos presentan un panorama repetitivo y poco creativo, con propuestas simples que tienden a caer en lugares comunes, sufriendo el mismo mal de los planes de desarrollo municipales y los EOT, el copy-paste, reflejo de la personalidad y capacidades livianas de los candidatos. Es cruda esta mentalidad y cala en las mayorías, masa amorfa dispuesta a ser guiada por las emociones y no por la razón, emociones que hoy encuentran hacedero en las redes sociales.

Tal vez el mejor ejemplo de esto aquí en Colombia fue la aspiración presidencial del fallecido Rodolfo Hernández, un señor que, al igual que Vargas Lleras en su momento, movió emociones; claro, en sentidos contrarios. La gente repudió el maltrato de Lleras a sus empleados, generando sentimientos de rechazo a su candidatura, lo que se pudo interpretar como arribismo, arrogancia y patanería.

En cambio, lo de Hernández fue distinto; el coscorrón, mejor puesto, eso sí, o tal vez fue efecto de la cámara. En fin, fue visto como un gesto de justicia, de berraquera, de hombría en un anciano que defendía la reputación de su hijo. Pero lo que no supo el público en su momento es que ese concejal “atrevido” tenía razón y el hijo de Hernández era un corrupto que cobraba coimas aprovechando la influencia del papá. En todo caso, sin propuestas serias, porque jamás las vimos, y moviendo emociones a través de TikTok, el anciano ricachón, machista y patán que vendía el terror a Petro y posaba de tener la mano dura que Colombia necesitaba, casi gana las elecciones.

A estos males se suma una idea que ha hecho carrera en el imaginario colectivo; eso sí debe decirse, un gran logro del capitalismo, cosa que fortaleció a Hernández y a muchos empresarios hoy en el poder. Y es la idea de creer que ser exitoso en los negocios, sin importar siquiera si son legales o no, da la licencia para gobernar.

Es una especie de reflejo en la que pareciera que quieren verse las personas: el creer que, como el rey Midas, estos nuevos profetas todo lo que tocan lo convierten en oro, y por supuesto, ellos van a ser parte de eso. En definitiva, Fico tenía razón de alguna forma; no estaba lejos de nuestra realidad cuando afirmó que “plata es plata”, y con esto resumió la política en nuestro país: una realidad en la que los ciudadanos dejaron atrás la dignidad y se convirtieron en clientes; la política se convirtió en politiquería, se volvió en negocio.

No llevamos dos años del actual periodo de gobiernos locales y ya hay precandidaturas en marcha, sobre todo a alcaldías y gobernaciones, y se habla de plata, ni siquiera ya de maquinaria porque las estructuras partidistas pasaron a un segundo plano. Ahora la fortaleza la tienen los que ya han ejercido un cargo público y han robado lo suficiente para “reinvertir” o, los que tienen el mayor número de “empresarios” o inversores a su favor.

Qué él o la candidata sean buenos, tengan propuestas o aparenten ser transparentes, eso no sirve de nada; entre más tramposo, más fuerte. Es más, pareciera que tener antecedentes es el requisito mínimo y, sin ninguna vergüenza, se acepta y se repite en cada esquina. Así que, si usted está pensando en aspirar, por ejemplo, a una alcaldía de un municipio de 30 mil habitantes, dicen que hay que tener 2 mil millones para jugar. Los topes electorales son solo letra.

Hipócrita es quien a esta realidad se acoge, pero vive señalando la corrupción en los políticos cuando, como lo acabo de reflexionar, esta es una enfermedad de nuestra sociedad; no son mayoría los que hoy hacen la diferencia. A ocho meses de las elecciones de congreso, por ejemplo, conozco de 30 aspiraciones a cámara para tan solo 4 curules y puedo contar con algunos de los dedos de una mano candidaturas serias que no están poniendo por delante la cartera como si fuera carrera de caballos, sino las ideas, la ética propuestas concretas.

PD: Hago un reconocimiento a este medio, La Última, por su certificación de verificación obtenida en Facebook, lo que la posiciona como un medio informativo de alta confiabilidad, objetividad y actualidad. Abrazos para su equipo y su director Cesar Velandia.

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