Por: Carlos Ernesto Álvarez Ospina
Opinión
Colombia vuelve a sentir el rugir de las protestas campesinas, esta vez desde los arrozales. El paro arrocero, que se extiende en departamentos como el Huila, Tolima, Casanare, Meta y el Valle del Cauca, es una muestra más del profundo malestar que existe entre quienes trabajan la tierra, abandonados por un gobierno que prometió transformarlo todo, pero que en la práctica ha hecho poco por cumplir su palabra.
Lo irónico y profundamente frustrante es que quien hoy ocupa la Casa de Nariño, Gustavo Petro, fue durante años el rostro más visible del respaldo a las luchas sociales y campesinas. Basta con mirar el archivo de sus intervenciones como senador. Petro estuvo en primera línea apoyando el paro agrario del 2013, el paro camionero del 2008, las marchas estudiantiles, las protestas indígenas y prácticamente toda movilización contra el “modelo económico neoliberal”.
Lo veíamos con megáfono en mano, defendiendo a capa y espada a los arroceros, paperos, cafeteros y lecheros. Era el vocero que denunciaba el abandono estatal, el TLC, la intermediación abusiva, el alto costo de los insumos y el desangre del campo colombiano. Sin embargo, desde que llegó al poder, ese fervor se convirtió en silencio y burocracia. Los reclamos son los mismos, insumos costosos, falta de subsidios, políticas incoherentes, competencia desleal con el arroz importado. Pero esta vez, Petro no marcha con ellos; ahora es a él a quien le reclaman. Y lamentablemente, también es él quien incumple.
Desde el inicio de su mandato en 2022, los paros campesinos, transportadores, educadores, indígenas y arroceros han sido una constante, y en la mayoría de los casos, los acuerdos firmados por el Gobierno nacional han terminado en papel mojado. Los líderes agrarios del Huila y otros departamentos ya lo han dicho, las promesas firmadas tras los paros del 2023 y 2024 no se han materializado, y en algunos casos, ni siquiera hay avances significativos.
El caso del paro arrocero de julio de 2025 no es un evento aislado. Es el síntoma de un Gobierno que perdió el rumbo frente al campo colombiano, y peor aún, perdió la coherencia con sus principios. Petro prometió que su gobierno sería el del “cambio”, que el agro sería el motor del desarrollo, y que “nadie volvería a morir de hambre”. Pero hoy, miles de familias campesinas deben bloquear carreteras para ser escuchadas, mientras el Estado no les paga ni lo prometido ni lo justo.
Es irónico ver cómo alguien que ayer se decía defensor del pueblo, hoy desconoce la lucha de ese mismo pueblo. Petro exigía cumplimiento a Santos y Duque, pero hoy no tolera el más mínimo reclamo a su administración. Cuando el paro no le conviene políticamente, lo deslegitima, lo ignora o lo reprime.
¿Dónde quedó ese líder que juraba que el campo sería prioridad? ¿Qué pasó con el presidente que aseguró que “la soberanía alimentaria” era vital? ¿Por qué hoy los arroceros deben volver a bloquear las vías para que el Estado les cumpla?
Una vez más digo que Colombia necesita menos discursos de plaza y más resultados concretos. Los campesinos no comen de promesas ni de trinos, sino de precios justos, políticas claras y cumplimiento. Si el Gobierno nacional no rectifica que es el “gobierno del cambio” terminará siendo el gobierno del desencanto como lo viene haciendo.
Petro debe entender que gobernar no es solo oponerse al pasado, sino responderle al presente con hechos, no con excusas. Porque la historia no perdona a quienes traicionan las causas que alguna vez dijeron defender.
