Por Pedro Javier Jiménez
Opinión
Ayer tuvo lugar la convención nacional del Pacto Histórico: una reunión de las izquierdas del país que se anticipa a las elecciones de marzo y mayo de 2026. El propósito es claro: definir las listas al Congreso, en especial al Senado, y escoger un candidato único presidencial que se mida luego con el llamado Frente Amplio.
El discurso sigue girando en torno a las reformas sociales, la igualdad, la distribución de tierras y la tan mencionada “paz total”. Se presentan como revolucionarios, como los salvadores de la patria, y hay que reconocerles algo: lograron insertar en la agenda pública una visión más amplia del concepto de inclusión. Eso no se les puede negar.
Pero mientras nos hablan de justicia social, por debajo de la mesa se reparten el país como si fuera un botín. La narrativa de lo nuevo se cae a pedazos cuando uno mira la realidad: su hijo —el del presidente— recibe millones de pesos de narcos y empresarios para financiar una campaña que supuestamente venía “del pueblo”. Y cuando estalla el escándalo, el padre simplemente dice que no sabía nada. Como si la corrupción no pudiera venir también desde el núcleo de su propia familia.
Laura Sarabia, su ex mano derecha, convirtió la Casa de Nariño en una oficina de inteligencia paralela: interceptaciones ilegales, abuso de poder, y todo porque la niñera de su hijo supuestamente se había robado un maletín. Todo el poder del Estado, usado no para defender a los colombianos, sino para espiar a una mujer del servicio doméstico.
Benedetti, el ministro de las amenazas grabadas, dijo que si él hablaba, se caía el gobierno, recuerden. Mencionó 15.000 millones de pesos que entraron por debajo de la mesa. ¿Y qué pasó? Nada. Lo premiaron con embajadas y ministerios.
¿Y qué decir del Ministerio de la Igualdad? Creado para cerrar brechas, terminó siendo una burocracia opaca, con contratos inflados, asesores fantasmas y una vicepresidenta que ya no vive sabroso porque la tienen lejos de que la dignidad se haga costumbre. El Fondo Paz, diseñado para reparar regiones golpeadas por la guerra, se convirtió en caja menor de campaña; y la UNGRD, esa entidad que debía salvar vidas en emergencias, terminó entregando carrotanques sin agua, contratos sin licitación y hasta embajadas como favores a congresistas.
Todo esto mientras intentan convencernos de que la reforma a la salud de Petro es la solución, con intervenciones con cero eficiencia económica y de servicio. Lo que han logrado es acabar un sistema que, con todos sus problemas, al menos funcionaba. Hoy millones de colombianos están sin EPS, sin medicamentos, sin citas, sin atención. Las clínicas cierran, los hospitales colapsan, los médicos protestan. Y el ministro, más radical que el propio Petro, sigue dando cátedra sobre cómo se hace “una salud del pueblo”.
Nos hablan de paz, pero no hay día sin masacres, sin desplazamientos, sin extorsiones. Mientras siguen con un discurso chimbo de diálogos, esos mismos grupos siguen sembrando el miedo en las regiones. Reclutan niños, amenazan a los alcaldes, cobran vacunas. Pero desde Bogotá, todo es parte del “proceso”. Los indicios de paz sembrados en el pasado se acabaron.
Nos piden que creamos en la economía popular, mientras las familias no aguantan más. El mercado es más caro, el dinero no alcanza, la informalidad es el mejor indicador de progreso del país. Dicen que el campo se desarrolla, pero lo tienen atado a una producción primaria sin valor agregado. No hay agroindustria, no hay empleo rural, no hay futuro. Solo discurso.
Prometen respetar la Constitución, pero atacan a las Cortes cada vez que una decisión les incomoda. Se quejan de la concentración del poder, pero buscan controlar todas las ramas del Estado. Se presentan como ciudadanos nuevos, pero actúan como los viejos caciques —solo que ahora disfrazados de activistas con megáfono y grafiti.
Esta convención no fue una apuesta por el país. Fue una puesta en escena de poder. Un recordatorio de que el verdadero proyecto no es Colombia: es mantenerse arriba, a costa de lo que sea.
Y por eso, en octubre, los ciudadanos que no creemos en este modelo debemos no dejarnos convencer de hacer favores. No debemos acompañar esta jornada, ni legitimar sus consultas, ni prestarnos para validar con nuestro voto su falsa revolución. Octubre es el primer round. Es la oportunidad de mostrar que este país no está rendido.
Cuando lleguen a su casa con regalitos, con promesas, con ese tonito paternalista de “ayúdeme con este favorcito”, recuérdeles que el partido ya empezó. Y que Colombia no puede darse el lujo de cuatro años más de improvisación, de corrupción maquillada, de populismo vulgar y de transmisiones presidenciales que citan actores porno y desdibujan hasta el concepto de familia.
Este país sí tiene que cambiar, y entender que ese camino tampoco es una opción para vivir sabroso. Los que pensamos diferente a ellos debemos unirnos para proteger lo construido y construir un país más incluyente, con menos divisiones y con respeto por la diversidad, pero sin olvidar que la economía sólida y las instituciones fuertes son las que de generan la reducción de las brechas sociales.
Hoy el país tiene unas finanzas en crisis y solo vemos derroche en activismo burocrático excesivo. Sin empresa no hay trabajo; sin capital privado no hay impuestos para pagar la narrativa de revolución. Ojo: ya estamos con el futuro en juego.
PD: Felicitar a laÚltima.com.co por ser una página con cuenta verificada ☑️ por Meta, esto reconoce la transparencia y calidad de la información originada desde este medio nativo digital del Huila. Un nuevo logro para Cesar Velandia Clark y su Equipo.
