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Mireya Trujillo Tamayo, una mujer de 58 años y residente en el corregimiento El Caguán, sur de Neiva, vive desde hace casi cuatro años un complejo proceso médico que ha deteriorado su salud física y emocional. Su dramático relato comienzó hace cuatro años con un dolor abdominal persistente que, según recuerda, se localizaba cerca de las costillas. Aunque inicialmente se le diagnosticó una hernia, el verdadero problema resultó ser más grave.
“Yo más antes sentía un dolor en el estómago como a un lado de las costillas”, afirma Trujillo. “Estaba en procedimiento de cirugía, pero ya me habían sacado muchas cosas. Me decían que era una hernia, y por eso era el dolor”.
Según narra, antes de este episodio ya había sido intervenida quirúrgicamente por un problema similar. Le realizaron una operación en la que, según le informaron, su intestino estaba torcido. Sin embargo, el dolor persistió.
“Me operaron y dijeron que era el intestino, pero seguí con el dolor. Luego me dijeron que era una hernia. Estaba en el procedimiento para la cirugía cuando ya tenía el abdomen muy inflamado y con un dolor que no aguantaba”.
Fue trasladada a una clínica donde, según cuenta, permaneció hospitalizada durante ocho días. “No me ponían cuidado. Yo estaba morada, totalmente morada, y nadie hacía nada”. Tras la presión de su familia, finalmente fue intervenida quirúrgicamente. Sin embargo, el diagnóstico fue alarmante: su dolor no era en el intestino que ya le habían sustarido, su vesícula se había reventado.
El procedimiento quirúrgico derivado de la ruptura de la vesícula fue complejo. Trujillo permaneció dos meses hospitalizada y, durante ese tiempo, sufrió complicaciones pulmonares y acumulación de líquido en el estómago. “Me hicieron limpiezas constantes. No me podían cerrar la herida”, relata.
Luego de su salida del hospital, Mireya intentó recuperar su rutina diaria, pero su salud continuó deteriorándose. “Como al año volví a caer. Tenía una infección en el hígado, producto de una bacteria que me cayó por tanto procedimiento y antibiótico”.
La consecuencia de los tratamientos fue que desarrolló una infección crónica en el hígado. Además, los antibióticos prolongados afectaron sus articulaciones. “Me hicieron muchos exámenes. Me mandaron para Medicina Interna, y ahí me ordenaron un medicamento biológico para el problema en el hígado y las articulaciones”.
Ese medicamento (Adalimumab de 40G ), según Mireya, fue suspendido sin explicación. “Desde enero no me lo entregan. Me lo aplicaban cada mes, dos ampollas. Era lo único que me calmaba el dolor”.
El no suministro del fármaco ha tenido un impacto directo en su calidad de vida. “Yo perdí la capacidad de caminar bien. Me siento y eso se pone rígido, sube por las rodillas. Tengo placas en la piel y mucho dolor en las articulaciones”.

Afirma que ha interpuesto tutelas y desacatos contra Discolmedica, pero aún no recibe respuesta ni el medicamento. “No me han respondido. Metieron un PQR y tampoco. Estoy esperando”.
El diagnóstico es una enfermedad autoinmune que compromete piel y articulaciones. El tratamiento biológico debía ser continuo. “Ese medicamento no me lo debieron cortar. Tenía que ser constante para que la enfermedad no avanzara”, dice.
Mientras tanto, Mireya sigue esperando. Espera que su EPS le suministre el medicamento que detuvo el progreso de su enfermedad. Espera recuperar parte de la movilidad que ha perdido. Y sobre todo, espera justicia médica.
