Por: Jorge García Quiroga
Opinión
Estudiar un doctorado en Colombia se ha convertido en una meta inalcanzable para la mayoría. La falta de apoyo financiero, el bajo reconocimiento profesional y las condiciones precarias han hecho que el país se quede sin los investigadores que necesita para avanzar en ciencia, tecnología e innovación.
Las cifras son alarmantes. Colombia gradúa apenas 16 doctores por cada millón de habitantes. En comparación, Estados Unidos gradúa 200, Alemania 300 y Brasil 45. Mientras en otros países se forman generaciones de científicos, aquí apenas llenamos un aula.
¿Por qué tan pocos colombianos hacemos un doctorado? La respuesta, aunque dura, es sencilla: porque no vale la pena económicamente. Yo mismo consulté un programa doctoral en una universidad colombiana, y entre matrícula y gastos de estadía, la inversión supera los 250 millones de pesos, sin contar lo que implica financiar una investigación. En cambio, el mismo programa en una universidad del exterior cuesta cerca de 65 millones.
No estoy promoviendo estudiar fuera del país, ni entrando a debatir la calidad de la educación, ese es otro tema que merece su propio espacio, pero la diferencia de costos es abismal. Para quienes no contamos con recursos, estudiar un doctorado en Colombia se vuelve casi imposible.
Con estas cifras, el mensaje es claro: en Colombia no se valora plenamente el conocimiento avanzado. Se prefiere importar tecnología en lugar de desarrollarla localmente y consumir innovación en vez de crearla. No es un problema reciente, sino estructural. Por eso, muchos colombianos formados en el exterior no regresan, al no encontrar condiciones para desarrollar su potencial.
Esto tiene implicaciones importantes. Sin suficientes doctores, a Colombia se le dificulta avanzar en ciencia y competir a nivel global. Aunque tenemos más población que Corea del Sur, graduamos solo 800 doctores al año, frente a los 12.000 de ellos. La brecha sigue creciendo, y con ella, nuestra necesidad de depender del conocimiento externo.
Las soluciones son claras. Primero, mejorar las condiciones salariales: un profesor con doctorado debería recibir una remuneración acorde a su formación. Segundo, fortalecer el apoyo financiero a la formación doctoral. Tercero, invertir en infraestructura de investigación de calidad. Y cuarto, fomentar la conexión entre academia y empresa, para aprovechar el conocimiento de los doctores en proyectos de innovación reales.
El futuro pertenece a los países que generan conocimiento, no solo a los que lo consumen. Mientras muchas naciones forman científicos para desarrollar tecnología propia, en Colombia aún se debate la inversión en educación como si fuera secundaria.
Estamos ante una decisión clave: continuar dependiendo de materias primas o avanzar hacia una economía basada en el conocimiento. Para lograrlo, es fundamental reconocer el valor de quienes investigan y aportan al desarrollo del país.
Invertir en doctorados no es un lujo, es una apuesta por el futuro. Y los datos nos invitan a reflexionar sobre si estamos avanzando en esa dirección.
