Por: Luís Ernesto Salas Montealegre
Opinión
Dietrich Bonhoeffer, un teólogo alemán que terminó ahorcado por enfrentarse a Hitler, dejó una bomba intelectual que aplica mejor en 2025 que en 1945: “la estupidez es más peligrosa que la maldad”. Y tenía razón.
Porque la maldad, al menos, es consciente. El malo sabe lo que hace. Pero la estupidez colectiva… esa es otra historia: es cómoda, es calintica, es como un Netflix mental. Te conectas al discurso del líder de turno, repites dos consignas, compartes tres memes y ¡listo! Ya hiciste política.
En Colombia, Gustavo Petro es para muchos lo más parecido a un mesías del cambio. Y ojo, no está mal querer un país más justo. El problema es el fan club:
Cuando improvisa, dicen que es “estrategia visionaria”.
Cuando la economía va mal, lo llaman “dolor del parto del cambio”.
Y si alguien lo critica, es “enemigo del pueblo”.
Bonhoeffer aplaudiría con ironía: no se trata de inteligencia, se trata de la capacidad de apagar el cerebro y prender la fe política.
Del otro lado, tenemos a Donald Trump, el multimillonario que convenció a millones de que era la víctima del sistema. Un Robin Hood versión naranja. Y aunque perdió las elecciones, sus fieles dicen que fue “fraude”.
Si la justicia lo investiga, es “persecución política”.
Si un juez lo condena, es “prueba de que dice la verdad”.
Y si promete volver, lo celebran como si se tratara del regreso de los Beatles.
Es la nostalgia disfrazada de revolución: quieren un país “great again” que nunca existió.
Uno habla de socialismo, el otro de capitalismo; uno se dice de izquierda, el otro de derecha. Pero ambos generan lo mismo:
Fanáticos con orejeras.
Política como religión.
Debate reducido a memes y gritos.
Y aquí Bonhoeffer nos mete el dedo en la llaga: contra la maldad puedes luchar, contra la estupidez… ni con bisturí.
Pensar duele, pero no mata
El problema es que pensar se ha vuelto un deporte extremo. Requiere esfuerzo, incomodidad, incluso soledad. Mucho más fácil es gritar “¡Petro tiene razón!” o “¡Trump forever” y sentirse parte de algo más grande.
Pero si dejamos de pensar, pasa lo que advertía Bonhoeffer: otros piensan por nosotros. Y créame estimado lector, no lo hacen gratis.
La próxima vez que veas a un amigo en X defendiendo lo indefendible, pregúntate: ¿de verdad cree eso, o simplemente decidió alquilarle su cerebro al líder de turno?
Porque la maldad destruye, sí… pero la estupidez colectiva vota, comparte y hasta aplaude mientras lo hace.
¿Estamos siguiendo a líderes… o a polítiqueros que nos venden ideología como si fueran combos de cine: discurso con doble queso, populismo ilimitado y fake news de cortesía, todo para tragárnoslo felices antes de la función de turno?
