Por: Carlos Ernesto Álvarez Ospina
Opinión
Las últimas semanas han sido testigo de una tragedia que nos debe conmover como ciudad: dos auxiliares de Policía perdieron la vida en medio de una persecución adelantada por agentes de tránsito en Neiva. Un hecho doloroso que, más allá de las responsabilidades jurídicas que deberán establecerse, nos obliga a reflexionar sobre la relación entre la ciudadanía y la autoridad vial.
Hoy, quiero extender una invitación respetuosa al alcalde Germán Casagua, a los agentes de tránsito y a los neivanos en general, para que convoquemos una mesa de diálogo y reconciliación. Este espacio debe servir para que, sin prejuicios ni defensas a ultranza, cada parte reconozca sus errores y se comprometa a corregirlos.
Es innegable que en ocasiones algunos agentes de tránsito abusan de su investidura, utilizando tonos de voz agresivos y actitudes poco conciliadoras hacia la ciudadanía. Pero también es cierto que muchos ciudadanos no respetan las normas de tránsito, responden con groserías e incluso con actos de violencia contra la autoridad. Esa espiral de intolerancia solo agrava los conflictos, y lo que debería ser un procedimiento rutinario termina convertido en una batalla campal que, como ya vimos, puede costar vidas humanas.
Bastantes problemas de seguridad tenemos hoy en día en Neiva como para añadirle un enfrentamiento constante entre la autoridad vial y los ciudadanos. No podemos permitir que un retén o una simple solicitud de papeles se convierta en un detonante de tragedias. Necesitamos reconstruir la confianza, humanizar la labor de los agentes y recuperar el respeto por la norma.
En otros países, la experiencia ha demostrado que la relación entre autoridad y ciudadano en materia vial puede transformarse cuando se prioriza la pedagogía sobre la sanción. En España, por ejemplo, la Dirección General de Tráfico ha consolidado un modelo donde la autoridad ejerce control, pero también acompaña con campañas educativas permanentes que hacen entender que las normas de tránsito no son castigos, sino herramientas para salvar vidas. En países como Japón, los agentes de tránsito reciben formación en ética profesional y comunicación ciudadana, lo que los convierte en verdaderos mediadores en la vía, más que en figuras represivas. Incluso en Chile, donde las campañas de “tolerancia cero” al alcohol se combinan con estrategias de cultura ciudadana, se ha logrado que los procedimientos sean firmes, pero también respetuosos y claros.
Neiva necesita aprender de esas experiencias. Los agentes de tránsito deben tener como norte la ética profesional, entendida no solo como el cumplimiento estricto de la norma, sino como la capacidad de ejercer autoridad sin humillar, sin gritar y sin abusar del poder conferido por el uniforme. A su vez, los ciudadanos debemos comprender que manejar un vehículo o una motocicleta no es un derecho absoluto, sino una responsabilidad social que implica respeto por la vida del otro y por el orden en la vía.
La reconciliación es posible si la entendemos como un pacto de respeto mutuo. Que los agentes ejerzan su función con pedagogía y autoridad legítima, y que los ciudadanos asuman que las normas de tránsito no son caprichos, sino mecanismos para protegernos.
Por eso, hago este llamado a que entendamos que la ruta de Neiva debe ser la del respeto y la convivencia, no la de la confrontación y la intolerancia. La vida está primero, y solo un Neiva reconciliado podrá enfrentar los retos de seguridad que hoy tanto nos preocupan.
La historia reciente nos está diciendo que no podemos seguir transitando por caminos de odio y desconfianza. Es hora de tomar otra vía, la del entendimiento, el diálogo y la reconciliación. Esa debe ser la verdadera ruta que guíe a nuestra ciudad.