inicioOpinión¿Un nobel de paz o un nobel de incoherencia?

¿Un nobel de paz o un nobel de incoherencia?

Por: Carlos Ernesto Álvarez Ospina

Opinión

Gustavo Petro ha vuelto a ser protagonista en escenarios internacionales, esta vez en Nueva York, donde salió a protestar en defensa de Gaza. Un gesto que, más allá de la solidaridad que pueda despertar, parece más bien un intento calculado de proyectarse como líder mundial de la paz. Para muchos, no es descabellado pensar que lo que busca es abrirse camino hacia un Premio Nobel, un reconocimiento que daría brillo a su carrera política. Pero la pregunta es ineludible: ¿con qué autoridad moral puede presentarse como mediador de conflictos ajenos un presidente que no ha sido capaz de gobernar a Colombia ni de contener la guerra que desangra su propio país?

Mientras Petro posa de activista internacional, la realidad en Colombia es alarmante. El país cerró 2023 con 253.000 hectáreas de cultivos de coca, lo que representa aproximadamente el 67 % del total mundial. Y lo más grave, la producción potencial de cocaína creció un 53 % en un solo año, alcanzando la cifra récord de 2.664 toneladas métricas. Es cierto que se registraron incautaciones históricas, más de 880 toneladas en 2024, pero el problema es mucho más grande, el crecimiento de la siembra y la producción va mucho más rápido que la capacidad del Estado para contenerlo. Colombia, bajo Petro, no solo sigue siendo el principal productor mundial de cocaína, sino que el fenómeno se ha expandido hasta niveles que amenazan con descertificaciones internacionales y con un repunte del narcotráfico como nunca antes.

A la par de esta crisis, la seguridad se deteriora en las regiones. En 2025, el Catatumbo ha sido escenario de combates entre el ELN y las disidencias de las FARC, dejando desplazamientos masivos y obligando al gobierno a declarar el estado de emergencia. En esas mismas operaciones, un helicóptero de la Policía Nacional fue derribado por los grupos armados, mostrando que ni siquiera la Fuerza Pública puede operar con tranquilidad en territorios que el Estado ya no controla. A esto se suma el atentado con explosivos cerca de una base aérea en Cali, que dejó muertos y heridos, prueba de que la violencia no solo está en las zonas rurales sino también en las ciudades.

El panorama criminal tampoco es alentador. En 2024, la extorsión aumentó un 18 %, los delitos sexuales crecieron en un 24 % y la violencia intrafamiliar casi un 40 %. Aunque los homicidios se mantuvieron estables con una mínima reducción de 0,1 %, la vida diaria de los colombianos sigue marcada por el miedo, la amenaza constante y la ausencia de un Estado efectivo. En muchas regiones, las órdenes no vienen del gobierno, sino de los grupos ilegales que deciden quién vive, quién paga y quién muere.

En medio de este caos interno, resulta paradójico e incoherente que el presidente dedique sus energías a marchar en Nueva York, a levantar pancartas por Gaza o a dar discursos grandilocuentes en la ONU. La paz que predica en el extranjero no tiene eco en Colombia. La “paz total” que prometió se ha convertido en más violencia, más cultivos ilícitos y más fortalecimiento de los violentos. Su gobierno no ha logrado garantizar seguridad a los ciudadanos ni recuperar el control de los territorios que hoy mandan los grupos armados.

Si Petro de verdad quisiera ser recordado como un hombre de paz, debería empezar por su país. Debería ser capaz de devolverles a los colombianos seguridad, justicia y confianza en las instituciones. El Nobel de la Paz no se consigue con arengas en Nueva York ni con pancartas frente a cámaras internacionales, se gana con hechos concretos, con decisiones firmes y con resultados que cambien la vida de millones de ciudadanos. Y en eso, su deuda con Colombia es inmensa.

El presidente debería entender que no puede presentarse como un defensor de la paz global cuando pierde la guerra interna, cuando millones de colombianos sufren la violencia de las disidencias, el narcotráfico, la extorsión y la inseguridad cotidiana. Antes de meter sus narices en conflictos ajenos, Petro debería asumir la responsabilidad que le dieron las urnas: gobernar a Colombia, y gobernarla bien.

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