Por: Luis Ernesto Salas Montealegre
Opinión
Cansado de ver a tanta gente vacía fingiendo ser feliz en una pantalla. Cansado que nos vendan autenticidad con filtros, frases de motivación de calendario y bailes ensayados. Todo parece perfecto… pero detrás no hay nada.
Yo no quiero ser así. No quiero vivir pendiente de cuántos me siguen, de si me dieron “me gusta” o si mi vida encaja en una historia de quince segundos. No quiero ser un fantasma con WiFi. Prefiero equivocarme, llorar, perder, pero vivir algo de verdad.
Como dijo el gran actor norteamericano James Dean «No pretendo ser el mejor. Únicamente quiero volar tan alto que nadie pueda alcanzarme. No para demostrar nada, sólo quiero llegar a donde se llega cuando entregas tu vida entera y todo lo que eres a una única cosa». Murió a los 28 años y ganador de un premio Oscar póstumo.
Por supuesto que eso es difícil. Porque cuando decides no copiar, no repetir, no obedecer, quedas fuera del juego. Y, sin embargo, algo dentro de mí dice que vale la pena. Que es mejor ser fuego, aunque te consumas rápido, que humo tibio que se disuelve en nada.
También me pasa con la política. Nos tratan como consumidores, no como personas. Nos hablan bonito en campaña, nos prometen todo, y después nos dejan igual o peor. Y la gente aplaude, porque es más fácil dejarse engañar que abrir los ojos. Pero yo no quiero más mentiras. Quiero líderes que ardan por dentro, que digan lo que piensan, aunque duela, que no vivan pendientes de verse bien frente a una cámara.
No sé cuánto dure mi voz ni si alguien la escuche, pero sé esto: no quiero vivir a medias. Prefiero perderlo todo antes que convertirme en un robot de “contenido”. Porque ser humano, en serio humano, ya es un acto de rebeldía.
Y si algo me toca dejar, que sea esto: no teman arder.