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El presidente de las guerras ajenas y los problemas propios

Opinión

Por: Carlos Ernesto Álvarez Ospina

Gustavo Petro fue elegido para gobernar a Colombia, no para erigirse como un predicador internacional de causas ajenas. Sin embargo, desde que llegó al poder parece más obsesionado con lo que ocurre en Gaza, en Ucrania y en los conflictos del mundo que con las angustias cotidianas de los colombianos. Petro habla de guerras y de paz en territorios lejanos, pero no ha podido garantizar seguridad en nuestras propias calles. Pretende señalarle al mundo cómo debe cambiar, pero no ha sido capaz de cumplir el “cambio” que prometió en Colombia. Si no ha podido resolver lo que juró transformar aquí, mucho menos cambiará al mundo.

La realidad del país es tozuda y las cifras lo confirman. El déficit fiscal supera el 7 % del PIB, uno de los más altos de América Latina, y la deuda pública ya rebasa el 62 %. Esto significa que Colombia se financia cada vez más con deuda, comprometiendo el futuro de nuestros hijos y limitando la capacidad de invertir en lo verdaderamente urgente como la seguridad, salud, educación, infraestructura. En otras palabras, mientras Petro gasta saliva en discursos en foros internacionales, las finanzas públicas se deterioran y los colombianos pagan las consecuencias con más impuestos, menos inversión y un Estado que apenas puede cumplir.

La inflación, aunque ha bajado en el dato anual, sigue golpeando con fuerza a las familias más pobres. La educación, el transporte y los servicios públicos se encarecen mes a mes, asfixiando a millones de hogares que ya no aguantan el peso del costo de vida. El crecimiento económico es raquítico, apenas del 2,7 %, muy por debajo de las expectativas de un gobierno que se autoproclama como transformador. La industria está estancada, la minería en crisis y la inversión extranjera desconfía de un país sin rumbo económico claro. Un país que no diversifica su producción ni genera confianza está condenado al atraso, pero Petro prefiere distraerse con discursos sobre el medio ambiente y la geopolítica, mientras la economía real se debilita.

En materia laboral, se presume de un desempleo en un dígito, pero la verdad es que más del 50 % de los trabajadores colombianos están en la informalidad. Eso significa que millones de compatriotas sobreviven con empleos sin estabilidad, sin salud, sin pensión y sin protección. No hay nada que celebrar cuando la mitad del país trabaja sin garantías. Aquí está otra de las grandes mentiras del “cambio”, un gobierno que prometió dignidad laboral, pero que condena a millones a seguir en la informalidad.

La seguridad es otro fracaso monumental. En las ciudades, los robos y homicidios aumentan, y en las regiones rurales el control territorial sigue en manos de grupos armados ilegales. El famoso “cese al fuego” con disidencias y criminales solo sirvió para que se fortalecieran y se reorganizaran, mientras el Estado retrocedía. La paz total se convirtió en impunidad total, y los colombianos de bien seguimos pagando la factura con miedo e inseguridad. Petro habla de paz mundial, pero no puede garantizar paz en el Cauca, en el Catatumbo, en el sur del Huila o en el propio Bogotá.

La salud está en crisis. Las EPS están quebradas, los hospitales saturados y los pacientes desesperados. En vez de arreglar el sistema, el gobierno se dedica a improvisar reformas sin consensos, generando más incertidumbre. Miles de colombianos hoy sufren porque no reciben medicamentos ni tratamientos a tiempo. ¿Dónde está el cambio prometido? ¿Dónde está el compromiso con la vida y la dignidad de la gente? Y mientras todo esto ocurre, Petro sigue proyectándose como un líder internacional, metiéndose en asuntos que no le corresponden y deteriorando las relaciones de Colombia con aliados históricos. Sus constantes ataques contra Estados Unidos, su alineamiento ciego con regímenes cuestionados y sus pronunciamientos sobre conflictos lejanos no solo son una distracción, sino que ponen en riesgo inversiones, cooperación internacional y la estabilidad diplomática del país. Un presidente que no logra ordenar su propia casa no tiene autoridad moral para dictarle lecciones al mundo.

El gran fracaso de Petro no es únicamente de gestión, sino de prioridades. Puso por delante su agenda ideológica y su necesidad de protagonismo internacional antes que las necesidades reales de su pueblo. Se dedicó a hablar del cambio, pero en la práctica el país sigue igual o peor, más endeudado, más inseguro, más dividido, más pobre. Los colombianos no eligieron un canciller global, eligieron un presidente. Eligieron a alguien que debía resolver los problemas de aquí, no los de Gaza.

Petro no ha podido con Colombia y no podrá con el mundo. Sus discursos en Naciones Unidas, sus arengas en foros internacionales y sus peleas diplomáticas no llenan la nevera, no bajan las tarifas de la luz, no dan seguridad en las calles, no arreglan la salud ni generan empleo digno. Es hora de recordar lo evidente, la primera responsabilidad de un presidente es con su país y Petro, hasta ahora, ha fallado en cumplir esa función constitucional y social.

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