Por: Ana María Rincón Herrera
Opinión
El 24 de octubre, Gustavo Petro volverá a hacer lo que mejor sabe: usar la calle como escenario de poder. Dice que la convocatoria es “por la paz, la democracia y la soberanía”, pero en realidad es una marcha por él, por su gobierno desgastado y por su necesidad de mostrarse fuerte en medio del descontento.
Petro no llama a marchar para dividirlo. Habla de paz mientras alimenta el odio, de democracia mientras ataca las instituciones y de soberanía mientras se arrodilla ante las dictaduras vecinas. Lo que veremos el 24 no será un acto ciudadano, sino una demostración de fuerza política financiada y promovida desde el Estado.
Convoca al pueblo, pero no para escucharlo, sino para usarlo. Su gobierno está marcado por el caos, la improvisación y la falta de resultados. Los problemas del país se agravan inseguridad, desempleo, salud colapsada y, ante la ausencia de soluciones, el presidente prefiere llenar plazas para que coreen su nombre.
Esa no es la democracia que Colombia necesita. La democracia se defiende con instituciones sólidas, con respeto por la ley, no con tarimas ni discursos incendiarios. Marchar detrás del poder nunca ha sido sinónimo de libertad.
Petro quiere convertir la calle en su fortaleza, pero lo que no entiende es que la verdadera fuerza de un gobierno está en los resultados, no en los aplausos.
El 24 de octubre no será una marcha por la patria, sino una marcha por el miedo a perderla.
