Por: Fredy Ernesto Tovar Montenegro
Opinión
Por estos días las aguas del mar caribe se han teñido de rojo, aguas que históricamente han sido rutas de comercio, cultura y encuentro. Ya son decenas de venezolanos y posibles colombianos que han sido cruelmente asesinados bajo operaciones militares del ejército gringo bajo el fatuo argumento de la lucha antidrogas. Quizás lo más indignante de esta matanza ordenada despiadadamente por el patético Trump se justifica con el perverso y fracasado discurso de “la guerra contra las drogas”, una narrativa que durante décadas no ha servido, ha sido infértil, justificando intervenciones encubiertas, violaciones a la soberanía y crimines de Estado en Latam.
La casa blanca ahora argumenta que las operaciones en el Caribe hacen parte de su estrategia de seguridad nacional. Pero, ¿de que seguridad se habla cuando aparecen cuerpos de pescadores, migrantes o simples tripulantes flotando sin nombre ni justificación clara? El epicentro del narconegocio no se adereza en las montañas andinas, en las selvas colombianas, o en los barrios empobrecidos de las capitales colombianas o venezolanas. El verdadero negocio y sus más grandes beneficiarios, están en el norte, en los megabancos, en las farmacéuticas multinacionales y en las estructuras financieras que lavan miles de millones de dólares del negocio ilícito sin que caiga sobre ellas un solo misil.
La doble moral de esta farsa estructurada como política antidrogas, es tan descarada como indolente. Ahora se bombardean embarcaciones artesanales e incluso de pescadores, mientras Wall Street mantiene sus capitales provenientes del negocio que descaradamente afirman combatir. Nos venden la idea de señalar al campesino cocalero, al migrante y al joven que sobrevive en el negocio del microtráfico callejero, para desorientar la mirada de los grandes consumidores en EEUU y ponerlos como víctimas y no como parte del engranaje económico que sostiene al monstruo.
En este contexto la postura del Gobierno Petro que ha denunciado dichos crímenes de Estado, es valiente, por demás justificada y hasta necesaria. Nuestro Presidente ha increpado insistentemente a la política antidrogas, dejando al desnudo la cruzada militar fallida, proponiendo estrategias para migrar hacia una política de salud pública y de desarrollo social. Su voz antagónica a la impuesta por Washington, ha sido incómoda para muchos sectores del poder. Es absurda la inclusión de su nombre en la famosa lista Clinton, pues a todas luces, los argumentos para ello, por demás fatuos, falaces y sin ningún sustento, reflejan la desaforada reactividad de Trump que no acepta posiciones de dignidad en igualdad de condiciones entre jefes de Estado, y presiona por todos los medios a la genuflexión acostumbrada de los anteriores presidentes de Colombia.
El asesinato de indefensos ciudadanos caribeños no es una posible desviación táctica, o un error estratégico, es la consecuencia concreta de una política imperial que aún concibe a América Latina como su patio trasero. Denunciarlo, es una demanda ética, no es contra el pueblo norteamericano, es contra un Presidente sedicioso que insiste en mantener el doble rasero de represión en el sur, para encubrir y desviar la mirada hacia el consumo y el lavado en el norte. La guerra contra las drogas es sinónimo de la guerra de dominación de los pueblos de Latinoamérica.
Es una impetración decirlo con claridad, el caribe no puede convertirse en el camino para la invasión bélica norteamericana, pues el cáncer está en los que vienen a invadir.
Legalización!!!