Por: Ana María Rincón Herrera
Opinión
La despedida que no merecía el Atlético Huila La reciente y desafortunada despedida del Atlético Huila nos golpea a todos los que, por años, hicimos del equipo un motivo de orgullo regional. No fue simplemente la salida de un club del escenario profesional: fue el cierre abrupto de un capítulo que marcó la identidad deportiva del departamento.
El Huila nos regaló triunfos inolvidables, tardes de gloria y un sentido de pertenencia que pocos equipos logran despertar. Verlo competir con dignidad frente a gigantes del fútbol colombiano era la prueba de que desde esta tierra pujante también se construyen historias grandes.
Guardo un orgullo especial: el día en que, desde la entidad que tuve el honor de gerenciar el Banco Colpatria, pudimos patrocinar al equipo. Aquella alianza trascendió lo comercial; era la manera de acompañar un proyecto que ya representaba la fuerza y el carácter del pueblo opita. Ver nuestros colores junto al escudo del Atlético Huila era ver reflejada el compromiso con un equipo que nos hacía vibrar.
Por eso, esta despedida duele aún más cuando viene acompañada de otro golpe simbólico: el cambio de nombre. Transformar la identidad del equipo no es un acto menor. Un nombre no es solo una palabra; es la historia, la memoria, las victorias, las tristezas, los jugadores que pasaron y los hinchas que nunca fallaron. Cambiarlo es, en cierta medida, desconocer décadas de sentimiento colectivo. Es diluir lo que nos unía.
Uno entiende que el fútbol moderno vive de inversiones y que las decisiones empresariales pesan, pero también es cierto que hay símbolos que deberían protegerse como patrimonio emocional de un pueblo. El Atlético Huila no es un negocio más: es una tradición, un vínculo afectivo que no debería romperse por conveniencias pasajeras.
Hoy nos queda la reflexión: un club con tanta historia no puede depender de improvisaciones ni de administraciones incapaces de reconocer su raíz. El departamento del Huila merece un proyecto serio, sostenible y respetuoso de su esencia.
Despedimos al Atlético Huila como se despide a un viejo amigo que dejó huella. Con nostalgia por lo que fue, con dolor por lo que hoy pierde su gente y con la esperanza silenciosa de que, algún día, renazca con su nombre, su espíritu y el respeto que nunca debió perder.
Porque mientras haya un opita que recuerde un gol, una final, un ascenso o una celebración en el Plazas Alcid, el Atlético Huila seguirá vivo. Y aunque intenten cambiarle el nombre, lo que representó jamás podrán borrarlo.
