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La democracia atrapada

Por.: Edwin Renier Valencia Rodríguez

Opinión

Cuando la polítiquería deja sin voz a la ciudadanía. Participar en política nunca ha sido fácil, pero hoy parece casi una hazaña. En teoría, vivimos en una democracia donde cualquiera puede aspirar a servir desde lo público; en la práctica, los caminos están llenos de barreras invisibles levantadas por quienes concentran el poder. Los mal llamados “poderosos”, esos grupos que mueven los hilos detrás de la escena, suelen decidir quiénes pueden llegar y quiénes no, privilegiando a candidatos funcionales a sus intereses antes que a personas capaces, preparadas y con vocación genuina de servicio.

El problema es profundo y estructural. Muchos liderazgos locales dependen y a veces quedan atrapados en estructuras que favorecen intereses particulares por encima del bien común. Las decisiones sobre a quién apoyar no se basan en méritos, conocimiento o trayectoria, sino en conveniencias políticas, alianzas económicas o pactos de favores. Así, el ciudadano queda relegado a un papel pasivo, obligado a escoger entre opciones que no lo representan y que, con frecuencia, responden más a compromisos privados que a necesidades públicas.

Esta dinámica no solo deteriora la confianza en las instituciones, sino que reduce la calidad de nuestras administraciones. Cuando los cargos se asignan por lealtades y no por capacidades, la gestión pública se vuelve débil, improvisada y, en muchos casos, distante de la realidad social. La ciudadanía siente que vota, pero no elige. Participa, pero no decide. Observa, pero no incide.

Es urgente abrir el debate y reconocer que la democracia requiere más que urnas: necesita transparencia, competencia real, renovación y garantías para que personas con ideas, talento y compromiso puedan participar sin someterse a presiones o imposiciones. Necesita que la ciudadanía recupere el poder de elegir, no solo de votar.

La política debe ser el espacio donde se construyen soluciones, no donde se perpetúan intereses. Romper este ciclo no es sencillo, pero comienza con algo básico: exigir que quienes ocupan el poder respondan a la gente, no a los que los patrocinan; que se abran espacios para nuevos liderazgos; y que cada ciudadano asuma su rol con responsabilidad, informándose, participando y exigiendo coherencia.

Solo así podremos tener una democracia que sea realmente nuestra, no la de unos pocos. Y despues preguntamos ¿Por qué estamos como estamos?

¿Qúé opinas?

#uncaféconvalencia

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