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Cuando el futuro se apaga demasiado pronto

Por: Jorge García Quiroga

Opinión

Antioquia amaneció este domingo con el corazón roto. Lo que debía ser el cierre alegre de una excursión escolar terminó convertido en una de las tragedias viales más dolorosas del año. Un bus que transportaba estudiantes de grado once del Liceo Antioqueño de Bello, de regreso a Medellín tras un viaje a Coveñas, cayó a un abismo de más de 60 metros en la vía que comunica a Segovia con Remedios. El resultado es devastador: jóvenes vidas apagadas y familias sumidas en un dolor imposible de describir.

Todo había comenzado desde la felicidad. Un paseo esperado, risas, fotos, cansancio alegre después del mar y la convivencia. Para muchos padres, ese viaje representaba tranquilidad: una actividad escolar, organizada, pensada para cerrar una etapa importante de la vida estudiantil. Nadie imagina que un regreso a casa pueda convertirse en despedida.

El paso de la alegría a la tragedia fue inmediato. Mientras el bus avanzaba en la madrugada por una carretera difícil, la vida de decenas de familias cambió para siempre. Una llamada inesperada, una noticia que nadie quiere recibir, y la felicidad se transformó en angustia, incredulidad y dolor profundo. En segundos, los sueños de graduación, de futuro, de proyectos, quedaron suspendidos.

Como padres, el golpe es doble. Porque estos jóvenes no solo eran estudiantes; eran hijos, hermanos, amigos. Menores de edad muchos de ellos, llenos de vida, de planes sencillos y de ilusiones grandes. La casa que los esperaba hoy está en silencio. Las mochilas quedaron guardadas, los uniformes colgados, las conversaciones pendientes para siempre.

Cuando un joven muere, no muere solo él. Se rompe el corazón de una familia entera. Padres que trabajaron durante años para ver a sus hijos llegar a ese grado once, madres que acompañaron cada paso del proceso escolar, hoy enfrentan el dolor más grande que puede existir: sobrevivir a un hijo.

En Antioquia, este domingo no es un día cualquiera. Es un día de luto colectivo. Un día en el que la comunidad educativa, las autoridades y la sociedad entera se enfrentan a una realidad que duele: la fragilidad de la vida y la necesidad de cuidar más a nuestros jóvenes, incluso en actividades que parecen seguras y rutinarias.

No se trata de señalar ni de adelantar juicios mientras las investigaciones avanzan. Se trata de reflexionar. De entender que cada salida escolar, cada viaje, cada trayecto, implica una responsabilidad enorme. Que la seguridad vial no puede ser un tema secundario. Que la vida de nuestros hijos debe estar siempre en el centro de las decisiones.

Hoy Antioquia llora a sus estudiantes. Llora a una promoción que no podrá cerrar el año como lo soñó. Llora a padres y madres que pasaron, en cuestión de horas, de la tranquilidad a la tragedia más profunda.

Honrar la memoria de estos jóvenes es acompañar a sus familias, rodearlas de solidaridad y respeto. Es aprender de lo ocurrido. Y es trabajar para que ningún padre vuelva a vivir el dolor de despedir a su hijo cuando solo iba de regreso a casa.

Porque ningún paseo debería terminar así. Y porque el futuro no debería apagarse tan temprano.

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