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Cuando el fútbol muere en las tribunas

Por: Faiver Eduardo Hoyos Pérez

Opinión

El pasado miércoles por la noche en lo que creí que sería una noche maravillosa de buen fútbol, terminó siendo tendencia ver cómo seres humanos cazaban a otras personas, simplemente por tener una camiseta de un color diferente. Mientras la sangre de personas inocentes se derramaba por las escaleras del estadio Libertadores de América, la CONMEBOL no deja de sorprender con sus comunicados tibios.

Lo que ocurrió en Avellaneda no es más que el resultado predecible de años de negligencia institucional, de mirar para otro lado, de comunicados vacíos que hablan de “repudio” mientras permiten que las barras bravas controlen los estadios como feudos medievales. La CONMEBOL puede decir que actuará con firmeza, pero ¿dónde estaba esa firmeza cuando permitieron ubicar a la barra visitante justo encima de los hinchas locales? O ¿dónde estaban los controles cuando ingresaron con bombas de estruendo y armas blancas?

Si se deben buscar responsables, sin duda, la responsabilidad principal recae sobre la CONMEBOL y las autoridades encargadas de prestar la seguridad en el evento. No tiene ningún sentido que estén en la capacidad de organizar torneos millonarios, pero no puedan garantizar que nadie muera en sus espectáculos.

En ese sentido, son las autoridades de seguridad argentinas, quienes con aproximadamente 650 policías no pudieron evitar que desadaptados asesinos disfrazados de hinchas de Independiente, ingresaran como estampida a linchar a los chilenos, y los dirigentes de ambos clubes, los cuales conocen a sus barras perfectamente e incluso las financian por debajo de la mesa, mientras fingen indignación cuando hay flashes encendidos. Ellos son los directos responsables.

Las cifras son escalofriantes, ya que hasta el momento van más de cien (100) personas detenidas, decenas de heridos y algunos otros en grave peligro. En cuanto a las imágenes de esta barbarie transmitida en vivo, son devastadoras. En los videos posteados por redes sociales, se pueden observar hinchas colgando camisetas rivales como trofeos de guerra, personas inconscientes siendo pateadas en el suelo, seres humanos saltando desde tribunas muy altas para evitar ser asesinados y hasta un inodoro siendo usado como proyectil, mientras las autoridades miraban para otro lado.

Sin embargo, esto no es un problema ajeno, el fútbol sudamericano está enfermo terminal. En Colombia conocemos de primera mano esa violencia en los estadios, incluso se han llorado muertos en las canchas, hemos visto cómo el fútbol se convierte en excusa para el odio tribal. Desafortunadamente, somos parte del mismo sistema enfermo que permite que las barras bravas sean más poderosas que las instituciones y que los dirigentes negocien con criminales disfrazados de hinchas.

Mientras el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, pide “sanciones ejemplificadoras” desde Zúrich, aquí en Sudamérica seguimos normalizando la barbarie. Las sanciones siempre han estado, pero realmente poco han servido. Lo que necesita el fútbol son reformas estructurales, como prohibiciones de por vida para los violentos identificados, responsabilidad penal para dirigentes negligentes, y una reestructuración de los protocolos de seguridad. Ya nos cansamos de los pañitos de agua tibia, como que la pérdida de puntos o eliminación del torneo a los clubes involucrados es lo mínimo.

Pero seguramente nada cambiará y en unas semanas, cuando las cámaras se apaguen y la indignación se diluya, todo volverá a la normalidad. Los mismos desadaptados estarán en las tribunas, los mismos dirigentes corruptos seguirán en sus cargos, y la CONMEBOL seguirá emitiendo comunicados vacíos hasta la próxima tragedia.

Lo que sucedió en Avellaneda es apenas otro síntoma de una enfermedad que nadie quiere curar porque curarla implicaría enfrentar las mafias enquistadas en cada club, reformar instituciones carcomidas, y reconocer que hemos convertido la violencia en parte del “folclore deportivo”.

Desde este espacio hago un minuto de silencio porque el miércoles el fútbol murió un poco más. Y lo peor, es que mientras sigamos eligiendo la complicidad del silencio sobre la valentía de la acción, seguirá muriendo cada fin de semana en algún estadio de este continente que alguna vez soñó con ser potencia mundial, pero que hoy apenas puede garantizar que sus espectadores salgan vivos de los estadios.

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