Por: Jorge García Quiroga
Opinión
En los últimos días se viralizó en redes sociales una noticia que llamó la atención de millones de personas: el ejercicio puede reducir el riesgo de morir por cáncer y disminuir la probabilidad de que la enfermedad regrese. Aunque desde hace tiempo se sabe que la actividad física es buena para la salud, lo que revela este nuevo estudio científico va mucho más allá y abre la puerta a comprender el deporte como una verdadera medicina.
El estudio, conocido como CHALLENGE, siguió durante casi 17 años a pacientes con cáncer de colon que habían recibido cirugía y quimioterapia. A un grupo se le incluyó en un programa de ejercicio supervisado durante tres años, mientras que al otro solo se le dieron recomendaciones generales de cuidado. Los resultados fueron sorprendentes: quienes se ejercitaron tuvieron un 37 % menos de riesgo de morir y un 28 % menos de que el cáncer reapareciera. En cifras simples, nueve de cada diez pacientes activos sobrevivieron, frente a ocho de cada diez en el grupo que no aumentó su actividad física.
Este hallazgo resulta impactante porque muestra beneficios incluso mayores a los de algunos tratamientos médicos costosos y con fuertes efectos secundarios. Mientras un medicamento puede añadir un 5 % o 10 % a la tasa de supervivencia, el ejercicio ofrece una ventaja más amplia, gratuita y sin toxicidad. Además, no solo protege contra el cáncer, sino que mejora la energía, combate la depresión, refuerza el sistema inmunológico y eleva la calidad de vida en general.
Lo más alentador es que no se trata de esfuerzos imposibles ni de entrenamientos extremos. No hay que correr maratones ni entrenar como un deportista profesional. Caminar con frecuencia, subir escaleras, montar en bicicleta o realizar rutinas moderadas ya es suficiente para marcar una diferencia real. Otros estudios confirman que entre 7.000 y 9.000 pasos diarios reducen significativamente el riesgo de varios tipos de cáncer, y que dedicar apenas 10 o 15 minutos al día a moverse puede proteger el corazón y alargar la vida. Pequeños gestos que, sumados, se convierten en un gran escudo.
Este panorama invita a reflexionar: si el ejercicio puede tener un impacto tan fuerte en la prevención y tratamiento del cáncer, ¿por qué aún no se receta con la misma seriedad que un medicamento? Cuando un paciente recibe una fórmula médica con pastillas, suele cumplirla al pie de la letra. Pero si la recomendación es caminar media hora diaria, muchas veces queda en el olvido. Quizás ha llegado el momento de que los sistemas de salud incorporen programas de actividad física como parte formal de la atención, con acompañamiento de entrenadores o fisioterapeutas que guíen el proceso.
La batalla contra el cáncer no se libra únicamente en los hospitales y laboratorios. También se juega en los parques, en las calles y en los gimnasios, en cada paso que damos, en cada decisión de movernos un poco más. Tal vez el mejor medicamento siempre estuvo frente a nosotros, silencioso, accesible y poderoso: el deporte.
