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La fé, la espiritualidad y la inteligencia artificial.

Por: Edwin Renier Valencia Rodríguez

Opinión

Las religiones, con siglos de experiencia acumulada, han desarrollado una comprensión profunda de lo que significa vivir bien, en armonía con los demás y con la naturaleza. En una nación bendecida con una de las mayores biodiversidades del planeta, ¿cómo aseguramos que las aplicaciones de la inteligencia artificial ayuden a cuidar la creación y no a explotarla sin límites? Esta pregunta toca directamente debates que ya están en nuestra mesa: desde el uso de drones en la agricultura hasta los algoritmos que podrían definir políticas ambientales.

Cuando pensamos en inteligencia artificial solemos imaginar números, algoritmos y pantallas que procesan información a velocidades impensables. Sin embargo, olvidamos que detrás de cada decisión tecnológica está siempre un ser humano. Y los seres humanos no somos solo razón: también somos valores, emociones, creencias y espiritualidad. En Colombia, un país marcado por la diversidad de tradiciones religiosas y prácticas espirituales, la conversación sobre el papel de la fé en la construcción y uso de la IA no es un tema menor, sino una necesidad urgente.

Las escrituras y prácticas espirituales también nos recuerdan valores universales como la paz, la compasión y la justicia. No son palabras vacías: son principios que han servido para sostener comunidades en medio de la guerra, para sanar heridas sociales y para mantener viva la esperanza en medio de la pobreza. ¿No deberíamos pedirle a la inteligencia artificial que, al decidir sobre un crédito, al diagnosticar una enfermedad o al predecir un patrón de seguridad, tenga en cuenta estos mismos principios de dignidad y equidad?

Ahora bien, no podemos romantizar la fé sin reconocer sus errores. En nuestra historia, los movimientos religiosos también avalaron injusticias, violencia y exclusión. Esa lección no es menor: nos enseña que incluso las instituciones más respetadas pueden equivocarse y que, si no hay vigilancia crítica, la inteligencia artificial podría repetir esas mismas sombras, amplificadas por la velocidad y el poder de los algoritmos. ¿Estamos preparados para identificar y corregir a tiempo los errores de la tecnología antes de que sus consecuencias sean irreversibles?

Finalmente, la espiritualidad ha sido guardiana de la sabiduría, que va más allá de los datos, la información y el conocimiento. La IA procesa cantidades inmensas de datos, pero no sabe discernir por sí sola qué es justo, qué es prudente, qué es bueno para el largo plazo. Esa capacidad sigue estando en manos humanas, y en contextos como el colombiano, donde el debate tecnológico suele ser dominado por expertos en ingeniería o economía, es urgente que la voz de la espiritualidad entre en escena para recordarnos que el futuro no puede construirse solo con eficiencia, sino también con sentido.

La tecnología que sirve al bien común es posible. Pero solo si logramos un diálogo real entre gobierno, empresas, universidades y comunidades de fé. No se trata de imponer dogmas, sino de aportar principios éticos que respondan a nuestras realidades. El avance de la inteligencia artificial es imparable. Lo que aún está en nuestras manos es decidir hacia dónde irá. Y en un país con tanta riqueza espiritual como Colombia, quizás la pregunta más importante sea: ¿estamos listos para unir tecnología y sabiduría en la construcción de un futuro común? ¿Qué opinas? #uncaféconvalencia