Por: Fredy Ernesto Tovar Montenegro
Opinión
No podemos resignarnos a más noticias sobre ataques, masacres, asesinatos, secuestros y extorsiones, como la embestida con bombas al batallón No 59 en la población de Puerto Jordán en el municipio de Arauquita, el pasado fin de semana con el asesinato del soldado José Henry Ceballos Moreno más seis soldados que resultaron heridos, en un acto terrorista por parte del ELN.
La muerte continúa, el horror sigue deambulando por muchas regiones de Colombia dejando la impresión de que el país no aprende y continuamos como corcho en el remolino replicando el mismo guion siniestro de la guerra, que lleva más de 50 años desangrándonos entre hermanos.
Es absurdo el argumento de la violencia. Hoy no se puede sustentar la lucha armada como el camino de la transformación social, ya no hay una postura ideológica detrás de los fusiles, las granadas o las bombas. Lo que hoy persiste en Arauca y en otras regiones de Colombia, no es una insurgencia legítima, sino una red de economías ilegales maquilladas con livianos discursos políticos e ideológicos desgastados y anquilosados en el pasado. Los verdaderos soportes de estas bandas criminales, son el narcotráfico, la extorsión y la minería ilegal.
El gran reto del Estado en las regiones acosadas por la presencia de estos grupos armados fanáticos, es entender que el control militar es necesario, urgente e indiscutible, pero la mayor demanda está en hacer presencia institucional con escuelas, vías, tierras para el campesinado, desarrollo agropecuario y oportunidades para las mayorías. La juventud en muchos rincones de Colombia, no tienen más opción que el fusil o el desplazamiento.
Hay que decirlo con claridad y con responsabilidad política, en Colombia hace mucho desaparecieron las guerrillas entendidas en el sentido histórico que tuvieron. Hoy, existen estructuras armadas sin ningún proyecto político viable, sin norte, que actúan como bandas criminales. El camino de la lucha armada para tomarse el poder y transformar la sociedad parece más un cuento de terror, que una posibilidad real. El argumento de la lucha guerrillera por causas sociales se asemeja a una novela de ficción, repiquetea más a justificación de lo injustificable.
Debemos sumarnos a la demanda colectiva por la fuerza del diálogo, a pesar de sus enemigos públicos y de los que usufructúan la guerra, que no siempre están vestidos de camuflado. La historia nos ha demostrado que el dialogo y los acuerdos políticos son el único camino, la guerra no deja vencedores, sino víctimas.
También hay que decirlo sin temor, el ELN y las autodenomidas disidencias de las FARC (no deberíamos llamarlas así, pues el acuerdo colectivo es que LAS FARC como guerrilla se transformaron en LA FARC como partido político) deben comprender que en los últimos años Colombia se ha transformado sustancialmente.
Estamos hasta la saciedad de la guerra. La lucha armada perdió absolutamente cualquier viso de legitimidad, ya no hay argumentos para empuñar un fusil, es demasiado troglodita la idea de asesinar al contrario porque no piensa igual, la insistencia en la violencia como insignia, ubica a estos grupos en la misma casilla de los carteles y las mafias regionales. Grupos armados que se mantienen con el dolor y el sufrimiento del pueblo que dicen defender. Ya no es un secreto que el que empuña el fusil y el que es asesinado dentro de esta guerra fratricida, termina siendo un campesino, un desempleado, una colombiana o colombiano de abajo, del pueblo.
Los grupos armados violentos están en la obligación de definir su posición, se comprometen con la Paz o se les debe enfrentar como grupos delincuenciales, no puede haber aguas tibias. Hemos avanzado demasiado en las oportunidades democráticas para llegar al poder, tanto que hoy tenemos un gobierno de izquierda y el camino de la continuidad de otro gobierno progresista esta allanado por las mayorías que lo respaldan en la plaza pública.
En este momento histórico de Colombia, La lucha “guerrillera” y los actos de guerra de los grupos armados delincuenciales, están más cerca de las campañas de la ultraderecha que de las opciones de cambio.
No más guerra, no más asesinatos, no más masacres, la única victoria posible es la paz total.
