Por: Jorge García Quiroga
Opinión
Terminó la semana de receso escolar en Colombia, una medida que nació en 2007 con el Decreto 1373 del entonces Ministerio de Educación, pensado para que estudiantes, maestros y familias tuvieran un descanso en medio del segundo semestre del año. En ese momento pocos imaginaron el impacto que tendría. Hoy, casi dos décadas después, la semana de receso no solo se consolidó como un espacio de descanso familiar, sino también como uno de los motores más importantes del turismo nacional.
Basta mirar lo que ocurrió estos días: carreteras llenas, aeropuertos a tope, playas y pueblos repletos de visitantes. Los colombianos, sin importar la región, salieron a recorrer el país. Desde los destinos más tradicionales hasta los nuevos rincones rurales, la gente aprovechó la oportunidad de desconectarse. Y aunque algunos critican que “se gasta demasiado”, lo cierto es que esta costumbre de viajar refleja una necesidad emocional y económica que creció después de la pandemia.
Durante los años de confinamiento aprendimos que el tiempo libre, los viajes y los encuentros familiares no son un lujo, sino una forma de salud mental. Por eso hoy la gente prefiere gastar su dinero en experiencias más que en objetos. Viajar se convirtió en una manera de sentirse vivo, de recuperar lo perdido y celebrar la normalidad. En lugar de ahorrar para después, muchos colombianos están eligiendo disfrutar el presente.
Esa tendencia, que algunos expertos llaman “economía del bienestar”, ha sido una buena noticia para el turismo. Según cifras del Ministerio de Comercio, este sector aporta alrededor del 3% del PIB nacional y genera millones de empleos directos e indirectos. Cada familia que viaja mueve la economía: compra gasolina, come en carretera, se hospeda, contrata transporte, compra artesanías. Desde las grandes cadenas hoteleras hasta los pequeños negocios familiares, todos sienten el impulso.
Más allá de los números, el receso también tiene un valor humano. En una sociedad donde las jornadas laborales son largas y la rutina nos devora, esta pausa nos recuerda la importancia del descanso. Las familias vuelven a hablar sin pantallas, los niños juegan sin afanes y los adultos respiran un poco antes de volver a sus responsabilidades. Ese equilibrio también es productividad.
Claro, no todos pueden viajar. Muchos colombianos pasaron la semana en casa, visitando parientes o simplemente descansando. Pero incluso quedarse quieto es parte del sentido del receso: parar, desconectarse y recargar energía.
La semana de receso es, en realidad, un reflejo de lo que somos: un país que disfruta moverse, conocer, compartir. Y aunque los precios suben, el tráfico se multiplica y las playas se llenan, sigue siendo una oportunidad de unión y reactivación.
Hoy, mientras las clases y los trabajos vuelven a la normalidad, quedan los recuerdos, las fotografías y una sensación que no se compra: la de haber hecho una pausa para vivir. Porque al final, más que una semana de descanso, el receso escolar es un recordatorio de que el tiempo compartido también es parte del crecimiento de un país.
