Por: Faiver Eduardo Hoyos Pérez
Opinión
Después de 35 años de historia, de alegrías pequeñas, pero nuestras, de derrotas que también nos formaron, al Atlético Huila lo empacaron en silencio y lo sacaron por la puerta de atrás, al mejor estilo de los bandidos. Un día despertamos con el rumor y, al siguiente, ya era un hecho. El equipo que representó al departamento fue trasladado a Yumbo, Valle del Cauca, como si se tratara de un objeto de vitrina que puede moverse de ciudad según la conveniencia del dueño de turno.
Lo más doloroso del traslado en sí es la forma en cómo se dio, ya que las directivas, en cabeza de Maruán David Issa —y el grupo inversor ecuatoriano que lo acompañó desde 2023—, jamás dieron una explicación de frente, como lo exige un acto de esta magnitud. No volvieron a dar la cara y sus comunicados se hicieron a través de una tercera persona que solamente cumplía el papel de mandadera. Nos hablaron de compromisos, de arraigo, de inversión; incluso prometieron futuro y, al final, lo único reconstruido fue su propio relato para justificar la salida del club.
Pero no nos engañemos, esta historia no empieza ni termina con los nuevos propietarios. Hay un capítulo que no puede quedar por fuera y es la venta del club en 2023, cuando Juan Carlos Patarroyo entregó el equipo a los nuevos inversionistas. Patarroyo, que ahora aparece queriendo mostrarse como salvador, sabía que el Guillermo Plazas Alcid llevaba años estancado, sin avances de fondo, atrapado entre trámites, negligencias y promesas politiqueras incumplidas.
El abandono del Huila es una cadena larga de negligencias, cuando el estadio Guillermo Plazas Alcid colapsó en 2016, nos dijeron que pronto vendría la recuperación. Pasaron gobiernos, pasaron discursos, pasó el tiempo y todo siguió igual. Mientras en otras regiones los estadios se levantan en dos o tres años, aquí ya vamos casi diez sin que los mandatarios —ni los de antes ni los de ahora— se pusieran de verdad la camiseta. Todos, absolutamente todos, tienen cuota de responsabilidad.
Aun así, pese a la pereza administrativa y la poca capacidad de gestión de nuestros mandatarios, sigo convencido de que había otras alternativas. Si la directiva realmente hubiese querido preservar la identidad del Huila, podría haber explorado sedes temporales cercanas, acuerdos con otros municipios e incluso alianzas transitorias con gobernaciones vecinas. Pero no, se eligió la ruta más cómoda para los bolsillos de los ecuatorianos y la menos ética para nuestro departamento. Y eso es lo que duele, la sensación de haber sido engañados.
Hoy, mientras Yumbo celebra la llegada de un nuevo equipo profesional, aquí en el Huila nos quedamos sin fútbol, sin estadio y sin explicaciones. Pero también nos queda la memoria de un pueblo que sabe que le arrebataron parte de su identidad deportiva. La memoria de un departamento que vio cómo se desmoronaba, primero su estadio y luego su equipo.
Por eso, cuando ahora aparecen discursos sobre “un nuevo estadio”, no puedo evitar sentir que se burlan de nosotros. Sin equipo no hay espectáculo. Maruán David Issa y sus socios ecuatorianos, que llegaron a posar como garantes de un proyecto serio, sabían exactamente lo que estaban haciendo. Al estilo del embajador de la India, construyeron un relato perfecto para ganar tiempo mientras buscaban otro destino, con una oscura complicidad por parte de la Dimayor.
Lo que nos hicieron fue injusto, poco transparente e irrespetuoso, pero si algo debe salir de este golpe es la convicción de que el fútbol profesional volverá al Huila algún día, y esta vez no para que se lo lleven de noche, sino para que se quede donde pertenece. Y cuando eso ocurra, será imposible olvidar quiénes fueron los que permitieron que el Huila quedara huérfano, los directivos que engañaron, los inversionistas que huyeron y los políticos que se hicieron elegir con promesas de mejorar el estadio y, estando en el poder, miraron hacia otro lado. Pueden estar tranquilos, de que la historia no los olvidará.
