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El reality más costoso del país

Por: Carlos Ernesto Álvarez Ospina

Opinión

Mientras millones de colombianos se entretienen cada noche con “La Casa de los Famosos”, un reality plagado de egos, alianzas, traiciones y espectáculos innecesarios, otro show aún más escandaloso y costoso se desarrolla a plena luz del día, el de la Casa de Nariño, protagonizado por el presidente Gustavo Petro y su elenco de ministros, exministros, embajadores caídos en desgracia y funcionarios reciclados.

La política nacional ha dejado de ser un escenario de debate serio y responsable para convertirse en una versión patética y peligrosamente real del entretenimiento televisivo. Basta con recordar el reciente espectáculo de Armando Benedetti en el Senado, quien intentó sabotear la votación de la consulta popular con gritos, acusaciones y gestos más propios de una telenovela que de un recinto legislativo. Una escena bochornosa que no aportó nada al debate democrático y sí mucho al descrédito de nuestras instituciones. Pero el show no termina ahí. Esta misma semana, la ministra de Justicia, Ángela Buitrago, renunció tras denunciar presiones indebidas del propio Benedetti, ahora convertido en una especie de operador sombrío del gobierno, para nombrar a dedo a personas en su cartera. La ministra, con dignidad, prefirió dar un paso al costado antes que prestarse a las componendas clientelistas que tanto criticó este gobierno, cuando estaba en campaña. Y cómo olvidar la carta del ex canciller Álvaro Leyva, quien en su momento fue hombre fuerte del gobierno y hoy es otro actor más en este circo de contradicciones, lealtades rotas y mensajes crípticos. Leyva, como otros tantos, salió del escenario entre acusaciones, reclamos y silencios incómodos que revelan que algo huele muy mal al interior del gobierno.

Mientras tanto, Gustavo Petro sigue actuando como el gran director del reality. Aparece cuando le conviene, lanza frases efectistas en redes sociales, ataca a los medios, descalifica a sus críticos y reescribe la narrativa para seguir encantando a su base de seguidores con discursos que suenan bonitos pero que, a la hora de los resultados, se quedan cortos.

Estamos frente a un presidente manipulador, demagogo y encantador de bobos. Alguien que prefiere el espectáculo al gobierno, que alimenta los egos de su entorno mientras el país se desmorona en violencia, pobreza y polarización. La Casa de Nariño, hoy, es el reality más preocupante de todos, porque a diferencia del de los famosos, este sí afecta nuestras vidas, nuestras instituciones y nuestro futuro.

Y lo peor, no podemos apagar el televisor por ahora.

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