Por: Edwin Renier Valencia Rodríguez
Opinión
El atentado contra Miguel Uribe no es solo un ataque a una persona. Es un disparo certero al corazón de una nación que ya venía herida. Hoy escribo con rabia, con tristeza, con ese dolor de patria que duele más cuando uno se siente impotente. Duele porque nos vendieron una nueva sociedad como si fuera progreso, cuando en realidad es una fábrica de frustraciones, de irrespeto y permisividad que ha convertido la decencia en una amenaza y la mediocridad en virtud.
Hoy en este país donde se premia al violento, al que grita, al que vive del Estado sin mérito alguno, al que se aferra a la política como una rémora al poder, sin importar si tiene trayectoria o preparación. Personajes oscuros que se disfrazan de líderes y que han convertido la politiquería en su modus vivendi. Hoy muchos de ellos andan en camionetas blindadas, escoltados con dineros públicos, no porque representen algo, sino porque representan un peligro para los demás.
Mientras tanto, los que sí tienen algo que aportar; como Miguel Uribe, como tantos otros servidores decentes, empresarios honestos o ciudadanos comprometidos; caminan desprotegidos, expuestos al odio y al resentimiento de un país que parece haber perdido el rumbo.
Nos metieron gato por liebre, con una educación basada en el “todo vale”, donde cuestionar está mal visto, donde la autoridad es opresiva, donde se castiga al que hace lo correcto y se justifica al que delinque. Hoy no se exige respeto, se exige tolerancia hacia lo intolerable. Se nos desdibujaron los límites entre el bien y el mal.
Este atentado nos debe hacer reflexionar: ¿qué clase de país estamos dejando crecer?, ¿cómo llegamos a este punto donde nadie protege a los que deberían estar protegidos, pero sí blindamos a los que deberían rendir cuentas?, ¿cómo permitimos que los valores se volvieran una carga y no una aspiración?
Este no es solo un grito por Miguel Uribe, es un grito por todos los que aún creemos que Colombia merece algo mejor. Es un llamado a despertar. Porque si seguimos dejando el país en manos de los peores, lo poco que queda se nos va a ir… con escoltas y camionetas pagadas por nosotros.
Ese es el dolor de patria: saber que luchamos, que soñamos, que educamos, que madrugamos, para terminar viendo cómo todo se desmorona frente a nuestros ojos. Ver cómo vuelven los temores, del pasado. Y lo peor, cómo lo permitimos. Cómo la sociedad entera bajó la guardia, se resignó, se acomodó al cinismo de decir “esto siempre ha sido así”. Tienen huevo…. #uncaféconvalencia
