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La nueva Marcha del Silencio: una reflexión necesaria

Por: Pedro Javier Jiménez

Opinión

Históricamente, las marchas han sido la expresión más clara del sentir ciudadano frente a hechos y decisiones con las que no se está de acuerdo. En Colombia, la protesta social ha sido, por excelencia, el mecanismo más representativo de la izquierda para manifestar su inconformidad, su insistencia por los derechos colectivos y su llamado a la transformación estructural. Son innumerables las veces que hemos visto a los sindicatos, organizaciones sociales y movimientos populares tomar las calles en defensa de causas que van desde los derechos laborales hasta la paz.

Por su parte, aunque menos frecuentes, las marchas de la derecha en Colombia han ido ganando espacio y fuerza en los últimos años. Se han movilizado en defensa de la institucionalidad, para exigir seguridad y rechazar la violencia de grupos armados ilegales. Un ejemplo contundente fue el 4 de febrero de 2008, cuando millones de colombianos salieron a marchar en contra de las FARC, clamando por justicia, libertad y respeto por las víctimas.

Pero si hay una marcha que marcó para siempre la memoria del país fue la que convocó Jorge Eliécer Gaitán el 7 de febrero de 1948, apenas dos meses antes de ser asesinado. Fue la Marcha del Silencio, una manifestación solemne y pacífica contra la violencia sistemática que se ensañaba contra líderes sociales y políticos. Setenta y siete años después, seguimos enfrentando el mismo drama: asesinatos selectivos, exclusión social, polarización extrema y una democracia herida.

Aquí es donde el cambio no depende solo del gobierno de turno, sino de nosotros como sociedad. Si no construimos un nuevo ciudadano —capaz de respetar la diferencia, de proteger la vida, de dialogar con empatía y de construir comunidad desde la diversidad— seguiremos atrapados en un ciclo de frustración, pobreza y desigualdad.

Si no nos ocupamos de defender y amar la primera infancia, de sembrar valores en nuestros hijos y sobrinos, entonces nuestra vejez será testigo de una Colombia aún más insensata. Una Colombia que no entendió que el respeto, la solidaridad, la honradez, la ética y el amor patrio no son ideologías, sino pilares de una convivencia sana.

La marcha de hoy es, o debería ser, una nueva Marcha del Silencio. No tiene color político. No puede ni debe ser usada como tribuna electoral. Es una marcha que exige respeto por la conversación política, por la vida humana y por la historia que no queremos repetir. Es una expresión de solidaridad con un líder que ha sido víctima de la violencia —dos veces— como también lo han sido miles de familias colombianas que nunca tuvieron cámaras ni portadas.

La marcha de hoy es por Colombia, por la dignidad, por la esperanza y por la salud y pronta recuperación de Miguel Uribe Turbay. Yo marcharé en Bogotá, pero lo invito a que, vestido de blanco, marche también en Neiva, saliendo desde el Centro de Convenciones, a las 9 a.m.

FuerzaMiguel

P.D. 1: Los recientes indicios sobre la competitividad departamental son un tema que merece ser conversado con franqueza en julio. Necesitamos un fuerte llamado a las verdades, a los compromisos y a los aportes desde la triple hélice: sector público, privado y academia.

P.D. 2: Hagamos de este San Pedro un propósito colectivo: vivirlo con respeto, con cultura ciudadana, cuidando el aseo de nuestra ciudad e invitando a nuestros amigos y conocidos a visitar nuestra tierra. Es importante para nuestras tradiciones y para nuestra economía.

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