Por: Fredy Ernesto Tovar Montenegro
Opinión
El atentado contra Miguel Uribe Turbay, delfín del uribismo, heredero de su abuelo el expresidente Turbay Ayala, es un hecho deplorable y repudiable desde todo punto de vista democrático, como los son los asesinatos de líderes, lideresas, campesinos, defensores de derechos humanos, soldados, policías y demás colombianos y colombianas que pierden su vida, pero no tienen el mismo despliegue mediático y en consecuencia la misma solidaridad.
Más grave aún, es la rapidez indecente con que la ultraderecha colombiana se ha abalanzado sobre esta estrategia para reciclar su discurso de miedo, persecución y caos, con fines claramente electorales. Porque en Colombia la godarria rancia y la ultraderecha recalcitrante siempre han sabido que la violencia, es una causa que les genera réditos políticamente.
No pasaron 24 horas del atentado cuando ya se repartían culpas sin pruebas, sugiriendo conspiraciones desde el poder, insinuando que el gobierno Petro es cómplice pasivo e incluso beneficiario del crimen. No les importó La Verdad. Menos la víctima y su familia. Por encima de todo, reviven el mismo libreto anquilosado que grita a los cuatro vientos que el país está tomado por el terrorismo, la izquierda es incapaz de gobernar y ellos se autoproclaman como únicos salvadores de la patria.
Ese cinismo es viejo. Es parte de la genética política del uribismo, crecer con la guerra, lucrarse del miedo, usar el conflicto como una cortina para tapar la corrupción y la impunidad, la represión y la desigualdad.
Cuando los fusiles dejan de sonar, el ruido de la corrupción se escucha por los cuatro vientos, por eso para ellos el escenario ideal es volver al traqueteo de las armas. Fue así con las Farc, con los falsos positivos, con la seguridad democrática convertida en disculpa para consolidar el autoritarismo. Y hoy lo intentan hacer de nuevo migrando el atentado hacia una plataforma para reposicionarse, para victimizarse y para meterle gasolina a un pais que demanda justicia social.
Pero esta vez el contexto les juega en contra. Porque mientras ellos gritan “fuera Petro”, el gobierno construye y se fortalece. A pesar de los ataques constantes, el presidente ha logrado consolidar una base de apoyo real, que no se compra con miedo, sino que se moviliza alimentada por la esperanza. Jóvenes, campesinos, mujeres, pueblos afros, indígenas, comunidad LGBTIQ+, sindicalistas, organizaciones urbanas, juntas de acción comunal, toda esa Colombia que ya no quiere seguir siendo carne de cañón para la guerra, es la base social que mantiene la llama del progresismo y que se enfila para las próximas justas en el 2026.
No nos digamos mentiras, a la ultraderecha le conviene la guerra, la necesita como oxigeno ideológico, pues en el escenario de la paz su discurso es inocuo, no tienen propuestas, no tienen votos. Por eso atacan cada reforma, sabotean cada intento de diálogo, y ahora instrumentalizan el atentado para revivir su leyenda oscura de orden y autoridad. Lo que niegan es que ese “orden” significó miles de muertos civiles, persecución política, represión social y una democracia herida. En la otra cara de la realidad colombiana es innegable que el proyecto uribista hace rato viene oliendo a mortango, hace rato se pudrió.
Colombia ya no es la finca donde podían gobernar a punta de miedo. La gente está despertando, y sabe bien que el verdadero peligro no está en los territorios que claman la paz, sino en los que se sientan en el congreso o en los sets de los medios tradicionales de comunicación a pedir mano dura mientras rezan que vuelva la guerra.
La disputa en Colombia hoy no es entre izquierda y derecha. Es entre quienes queremos transformar este pais con justicia social y quienes están dispuestos a prenderle fuego para volver al poder, pero mientras algunos hacen cálculos electorales, el pueblo ya está saturado de poner los muertos. Ni el atentado contra Uribe Turbay, ni los asesinatos de colombianos y colombianas que caen cotidianamente en el patio trasero de nuestro territorio, se pueden aceptar. No más guerra, que la paz sea total.
