Por: Edwin Renier Valencia Rodríguez
Opinión
En los últimos años, Colombia ha sido testigo de una verdadera explosión del emprendimiento. Redes sociales, universidades, cámaras de comercio, influencers y hasta programas de televisión han promovido la idea de que todos debemos “emprender o morir”. A primera vista, parece una estrategia positiva para el desarrollo económico del país. Pero, ¿y si esta fiebre emprendedora también estuviera ocultando una realidad incómoda?
Como exsecretario de Competitividad de una ciudad intermedia, tuve la oportunidad de ver de cerca la lucha diaria de cientos de emprendedores. Vi ideas brillantes morir por falta de alianzas, mercados o asesoría básica. Poco era permitido por los politiqueros, sin embargo propuse que los gobiernos locales y regionales construyan verdaderos ecosistemas de soporte, no solo ferias y discursos. Centros de innovación abiertos, capital semilla condicionado a resultados, acompañamiento post-creación, alianzas universidad-empresa y compras públicas inteligentes pueden ser claves.
No se trata de satanizar el emprendimiento. Colombia necesita más innovación, más empresas y más desarrollo. Pero también necesita un ecosistema honesto, que no promueva la ilusión de que cualquier persona con una idea y buena actitud podrá triunfar en un sistema donde aún hay enormes brechas de acceso a financiación, tecnología, formación y redes de apoyo.
Miles de jóvenes colombianos, enfrentando la falta de empleo formal, salarios precarios y un sistema educativo desconectado del mundo real, están acudiendo en masa a crear sus propios negocios. Sin embargo, según cifras de Confecámaras, más del 70% de los emprendimientos en Colombia no supera los 3 años de vida, y muchos terminan siendo una forma de autoempleo precario disfrazado de libertad financiera.
Entonces, surge la pregunta: ¿Estamos promoviendo el emprendimiento como una verdadera solución o como un escape conveniente a la falta de oportunidades estructurales? Muchos emprendedores terminan endeudados, sin seguridad social, sin vacaciones y con una carga mental que pocos advierten al inicio. Se romantiza el “ser tu propio jefe”, pero se oculta el agotamiento, la incertidumbre y la competencia desigual que deben enfrentar en un mercado cada vez más saturado.
Hoy, más que nunca, debemos preguntarnos: ¿El emprendimiento está empoderando a los jóvenes o simplemente desplazando la responsabilidad del Estado y el sector privado a los hombros de los más vulnerables?
Si vamos a seguir promoviendo el emprendimiento, hagámoslo con verdad, con estructura y con ética. Y sobre todo, dejemos de romantizar la precariedad disfrazada de “sueño emprendedor”. ¿Qué opinas?. Si te gusta este artículo comparte y comenta #uncaféconvalencia.
