Por: Pedro Javier Jimenez
Opinióm
Este concejo pasará a la Historia no por el control politico que algunos 4 o 5 hacen con responsabilidad, sino por el descontrol financiero del cual son tan responsables como el administrador de la ciudad.
Piense en una familia que guarda una tarjeta de crédito para las verdaderas emergencias: un accidente, una tragedia natural, una enfermedad. El cupo ya está al 80 o 90%, y aun así alguien propone: “gástese lo que queda para cambiar el televisor viejo”.
El papá responsable tendría dos caminos:
- Decir “sí, gastemos el 100% del cupo, que Dios proveerá”. Aunque sabe que el trabajo ya no da lo suficiente y que las necesidades son muchas, por ego decide dejar un televisor nuevo.
- O, por el contrario, detenerse a pensar: “esperemos un segundo, organicemos, prioricemos, ahorremos”. Así nunca pone en riesgo a la familia y repara el televisor de manera sensata, con visión 360° de los problemas que realmente importan.
Pues bien, como un ludópata del crédito se están comportando el Concejo y el señor alcalde. En lugar de actuar con madurez y aceptar la derrota política del crédito de 80 mil millones —donde no lograron recursos del Gobierno Nacional—, hoy pretenden, a toda costa, comprometer a la ciudad con un nuevo crédito de 28 mil millones para el estadio. Una obra necesaria, sí, pero sobre costeada, inconclusa y que dejará el problema a la siguiente administración.
Si el Concejo de Neiva fuera serio, votaría negativo este crédito. Llamaría al alcalde a rendir cuentas sobre el destino real de los 80 mil millones aprobados en diciembre y tomaría decisiones como un papá responsable de su familia: con cabeza fría, pensando en las prioridades y cuidando el futuro de todos.
¿Saben por qué Gorky Muñoz todavía puede volver a ser alcalde? Porque la diferencia entre él y el actual mandatario es mínima. Al alcalde Casagua se le acabó el mandato entre videos, arrogancia y malos asesores. Y el Concejo, lejos de ejercer su función de coadministrador serio y responsable, se convirtió en un simple comité de aplausos, gobernado por el miedo al lapicero.
