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Historias que no deben repetirse

Por: Carlos Ernesto Álvarez Ospina

Hoy, Venezuela atraviesa uno de los capítulos más oscuros de su historia reciente. La dictadura de Nicolás Maduro ha adelantado su posesión como “presidente” en un movimiento que revela más temor que legitimidad. Su estrategia de perpetuarse en el poder a cualquier costo, utilizando a los colectivos armados como guerrillas urbanas para intimidar a quienes anhelan libertad le ha funcionado. Pero lo más indignante es la burla descarada con la que Maduro y sus funcionarios tratan a millones de venezolanos, dentro y fuera del país, convirtiendo el dolor en motivo de mofa.

Esta tragedia encuentra un paralelismo sorprendente en la trama de Gladiador II. En la película, se narra la historia de un dictador que, cegado por su ambición de poder, manipula a las instituciones y somete a Roma al caos y la miseria para mantenerse en el trono. Sus artimañas y estrategias dividen al pueblo, creando un ambiente de desconfianza y desesperación. Sin embargo, como ocurre con todas las tiranías, su reinado llega a su fin ante la espada de quienes luchan por la justicia y la libertad.

Hoy, Venezuela parece estar viviendo su propia versión de esta historia. El régimen de Maduro ha sometido al país a la miseria, aplastado cualquier disidencia y sembrado la discordia entre los venezolanos. Pero, como nos enseña la historia y también el cine, ningún dictador es eterno. Tarde o temprano, la fuerza de la justicia y la libertad termina por prevalecer, aunque el camino sea arduo y lleno de sacrificios.

Para nosotros, los colombianos, la situación de Venezuela debe ser una advertencia ineludible. En nuestro país, las señales de un potencial autoritarismo son cada vez más evidentes. Gustavo Petro, con su desconexión de la realidad nacional y sus decisiones autoritarias, refleja patrones que los venezolanos conocen demasiado bien. La centralización del poder, el desprecio por las instituciones y la intolerancia hacia las voces críticas son síntomas preocupantes.

Cuando el presidente Petro ignora al Congreso y utiliza decretos para imponer leyes sin respaldo, no está gobernando, está imponiendo. Este comportamiento, sumado a su narrativa de que cualquier crítica es un ataque contra el y los Colombianos, estas posiciones hace recuerdar cómo comenzó la tragedia venezolana, con pequeñas concesiones al autoritarismo que, con el tiempo, se transformaron en un régimen opresivo.

La libertad no es un regalo, es una conquista que debe defenderse constantemente. Los colombianos debemos aprender de la tragedia venezolana para evitar caer en los mismos errores. Es nuestra responsabilidad permanecer atentos, exigir transparencia y rechazar cualquier intento de socavar la democracia. La historia, ya sea en Venezuela, en Roma o en cualquier rincón del mundo, nos enseña que el poder absoluto siempre encuentra su límite en la voluntad de un pueblo decidido a no rendirse.

Hoy, los venezolanos luchan por recuperar su país, y esa lucha debe ser nuestra inspiración. No permitamos que el eco de su sufrimiento se convierta en nuestra realidad. Actuemos antes de que sea demasiado tarde.

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