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El valor oculto

Por: Edwin Renier Valencia Rodríguez

Opinión

En Colombia solemos repetir una frase con orgullo: “Todo empieza con una buena idea”. La escuchamos en charlas motivacionales, en universidades y hasta en campañas de emprendimiento. Pero, ¿y si no fuera cierto? Pensaría que tal obsesión por la gran idea es lo que frena a tantos emprendedores.

La realidad, aunque menos romántica, es mucho más esperanzadora: las empresas que logran trascender no nacen y se mantienen de una idea brillante, sino de una estructura firme y de una cultura que aprende y se adapta. Es común creer que el éxito empresarial depende de un “momento de inspiración”, pero en verdad proviene de años de disciplina, errores, ajustes y una profunda comprensión del entorno.

Pensemos en lo que ocurre todos los días en los barrios, en los pueblos y en las ciudades de Colombia. Hay emprendedores que, sin hacer ruido, construyen proyectos sostenibles a punta de persistencia. No “inventaron” un producto nuevo, pero sí aprendieron a servir mejor a sus clientes. No crearon una tecnología revolucionaria, pero lograron que su equipo trabajara unido y orgulloso. No descubrieron un mercado, pero se adaptaron a sus cambios con inteligencia.

Esos casos no aparecen en portadas ni en comerciales de televisión, pero son los que sostienen nuestra economía. Porque el verdadero valor no está en la idea, sino en la capacidad de mejorarla, corregirla y mantenerla viva cuando los demás se rinden.

El mito de la gran idea nos ha hecho creer que sin innovación radical no hay progreso. Sin embargo, la innovación muchas veces no consiste en inventar algo nuevo, sino en hacer mejor lo que ya existe. En Colombia, donde el talento y la creatividad son abundantes, lo que más falta no son ideas, sino modelos organizacionales que permitan ejecutarlas con consistencia.

La fortaleza de una empresa no se mide por el impacto de su lanzamiento, sino por su capacidad de resistir las crisis, reinventarse y mantener su esencia a lo largo del tiempo. Un negocio no fracasa por falta de ideas, sino por falta de estructura: liderazgo débil, procesos improvisados, decisiones sin propósito o culturas internas que se contradicen con el discurso.

Quizás ha llegado el momento de cambiar el foco. En lugar de idolatrar las ideas, deberíamos admirar el trabajo silencioso de quienes las vuelven realidad todos los días. Porque tener una buena idea es fácil; sostenerla, hacerla crecer y mantenerla útil para la sociedad, eso sí es un verdadero acto de grandeza.

Así que la próxima vez que alguien te diga que necesita una gran idea para emprender, recuérdale esto: las grandes empresas no nacen de un golpe de genialidad, sino de una sucesión de pequeños pasos bien dados. Lo extraordinario no está en el destello inicial, sino en la constancia con que se alimenta la llama. Al final, el éxito no se encuentra en pensar distinto, sino en trabajar mejor. ¿Qué opinas?

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