Por: Luis Augusto Cuenca Polania
Opinión
Este fin de semana, Colombia vivió una jornada democrática pensada para una generación llamada a renovar la política: las elecciones de los Consejos Municipales de Juventud (CMJ). Sin embargo, aunque las urnas estuvieron abiertas, la participación no fue la esperada. El país ofreció un espacio, pero la mayoría de jóvenes no se sintió convocada.
Nuestra generación cuenta hoy con oportunidades de participación que no existieron para quienes nos precedieron. La ausencia de esos canales institucionales, en el pasado, derivó en frustraciones, rabia, resentimiento en las calles y hasta en la subversión. Hoy, en cambio, el Estado nos brinda un escenario que no podemos desperdiciar. Los CMJ, lejos de ser perfectos, son un mecanismo real para incidir, proponer y transformar.
Esta posibilidad surge del Estatuto de Ciudadanía Juvenil —Ley 1622 de 2013, reforzada por la Ley 1885 de 2018—, que creó estos consejos como espacios de representación, interlocución y control social, con el propósito de acercar al Estado a los jóvenes. Su espíritu es claro: permitir que la juventud dialogue con las administraciones locales, influya en las políticas públicas y participe activamente en las decisiones que la afectan.
Su desarrollo plantea un desafío: en Colombia votó apenas el 12,82% de los jóvenes habilitados, y en el Huila la cifra llegó al 13,58%. Este resultado, más que un fracaso, debe asumirse como el punto de partida de una tarea que apenas comienza para el Estado: formar, motivar y lograr que la juventud vuelva a confiar en las instituciones.
Porque, más allá de los porcentajes, lo que se revela es una crisis de liderazgo y de sentido. Las nuevas generaciones han crecido viendo la corrupción, la polarización y la política convertida en un espectáculo desgastado, donde entre tantos discursos y promesas, pocos cambios se concretan.
Aun así, la respuesta no puede ser la resignación. Colombia necesita jóvenes que pasen de la crítica a la propuesta; del espectador al protagonista; del comentario en redes a la acción colectiva responsable. Si algo demuestran los CMJ es que el Estado abrió la puerta, pero depende de nosotros cruzarla.
El reto, sin duda, es compartido. El Estado debe fortalecer la pedagogía cívica y garantizar que estos espacios funcionen con transparencia y resultados. La sociedad debe creer en los jóvenes y abrirles paso. Y nuestra generación debe asumir el compromiso de participar, persistir y liderar con propósito.
La democracia no se agota cuando votamos poco; se agota cuando dejamos de creer. La invitación no es a lamentarnos por la baja participación, sino a entenderla como un llamado urgente. Menos apatía, más conciencia. Menos indiferencia, más liderazgo.
Que los jóvenes volvamos a creer —y a participar— es el primer paso para construir un país con esperanza, con dignidad y con futuro.
@tutocuenca
