Por: Carlos Ernesto Álvarez Ospina
Opinión
En Neiva está creciendo un “emprendimiento” miserable que no genera riqueza ni cambio positivo, el sicariato. Ya no es una sombra lejana, ahora circula por nuestras calles como si fuera un oficio más, como si asesinar por encargo fuese una forma válida de ganarse la vida. Lo más indignante es que muchos empiezan a normalizarlo, como si fuera parte inevitable del paisaje urbano. Las cifras lo confirman, la ciudad cerró 2024 con cerca de 200 homicidios, y en 2025 la tendencia sigue en aumento, con un 15% más de asesinatos atribuibles a sicarios. No es percepción, es la realidad documentada. Aipe, Palermo y Campoalegre van por el mismo camino, como parte de una epidemia que no respeta fronteras municipales.
Los barrios golpeados por este fenómeno crecen como mancha de aceite: Las Palmas, El Altico, Calixto, Villa Magdalena, Chapinero, Bogotá, Las Acacias, Cuarto Centenario, José Eustasio Rivera, Las Granjas, La Gaitana, Cándido Leguízamo… la lista se hace larga y dolorosa. Y no hablamos solo de números, están los hechos recientes que se sumaron al olvido en cuestión de horas. El comerciante asesinado frente a su local en Villa Magdalena; el joven baleado en Cuarto Centenario; la pareja atacada cuando iba en moto por Chapinero; un hombre abatido frente a su familia en Las Granjas. Todos casos con el mismo guion, dos hombres en moto, disparos certeros, huida rápida, autoridades que llegan tarde, y silencio.
Detrás de cada crimen hay una certeza que envalentona a estos cobardes, la impunidad supera el 80%. Saben que probablemente no les pasará nada. Y cuando matar se vuelve negocio sin castigo, la ciudad queda a merced de quienes comercian con la vida ajena. Son mercaderes de sangre que reclutan jóvenes sin oportunidades y los vuelven herramientas descartables. Les prometen dinero fácil, algo de “estatus” y la sensación de poder. Y frente a la desesperanza, muchos caen.
Pero este fenómeno no es casual. Es consecuencia directa de pobreza, desigualdad, falta de oportunidades y un Estado que aparece solo en campaña. En sectores donde estudiar cuesta más de lo que vale soñar, y conseguir empleo es casi un milagro, ¿qué opciones reales quedan? La violencia termina disfrazándose de alternativa. Por eso insisto, el sicariato no es una industria, es un síntoma.
No basta con motos o cámaras. Se necesita un plan serio, justicia que capture y condene, programas reales de educación y trabajo para jóvenes, presencia permanente del Estado, articulación verdadera entre Gobernación, Alcaldía, Fiscalía y Policía, y ciudadanía activa recuperando espacios con cultura y deporte.
No podemos permitir que este “emprendimiento del horror” siga creciendo ni aceptar que la muerte sea más rentable que la vida. Yo me niego a resignarme. Neiva merece otra historia, una donde la tambora le gane a las balas, donde la estadística importante sea la de los sueños cumplidos, no la de los cuerpos levantados. Si no actuamos ya, seguiremos contando muertos mientras otros cuentan billetes. Y esa sería nuestra derrota más grande.
