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Lo que un día fue un no, ahora es un sí de Gustavo Petro

Por: Carlos Ernesto Alvarez Ospina

Gustavo Petro llegó al poder con una promesa de cambio profundo, criticando los vicios de los gobiernos anteriores, jurando no repetirlos. Sin embargo, a dos años de su mandato, se ha revelado una paradoja evidente: aquello que antes condenaba, hoy lo practica con convicción. La presidencia de Petro ha sido un ejercicio constante de contradicciones, donde los principios que lo llevaron a la Casa de Nariño se han desdibujado en medio de prácticas que, en el pasado, él mismo juró combatir.

Uno de los ejemplos más notorios de esta incoherencia es el gasto desmedido en marchas para respaldar su gobierno y sus reformas. Petro, quien durante años criticó el uso de recursos para movilizaciones políticas, hoy emplea miles de millones de pesos en logística, transporte, carpas, sonido y alimentación para las escasas movilizaciones que aún apoyan su gestión. Mientras tanto, el país enfrenta crisis humanitarias que requieren atención urgente, como los devastadores incendios forestales que han arrasado con más de 8.000 hectáreas en el departamento del Huila y han dejado a miles de familias afectadas. En lugar de invertir en ayudas humanitarias para estos damnificados, el gobierno gasta en promover su imagen.

La contradicción también se extiende al manejo de la seguridad en el país. Petro ha reducido la inversión en la logística y el funcionamiento de la fuerza pública, debilitando a una institución clave en un momento crítico. A pesar de haber cerrado negociaciones con el ELN, cuando más necesitamos una fuerza pública fortalecida y solidaria, Petro ha optado por priorizar otros intereses. Esta falta de apoyo a la fuerza pública deja en evidencia las prioridades de un gobierno que parece más preocupado por los acuerdos de paz que por la protección efectiva de sus ciudadanos.

De manera paradójica, mientras se recortan recursos para la seguridad de los colombianos, se incrementan los presupuestos destinados a proteger a líderes guerrilleros, muchos de los cuales continúan delinquiendo bajo la complacencia del gobierno. La Unidad Nacional de Protección (UNP), que debería resguardar a líderes sociales y políticos en riesgo, se ha transformado en una herramienta para proteger a excombatientes y líderes guerrilleros. Mientras tanto, los líderes comunitarios y defensores de derechos humanos continúan siendo asesinados en un país donde el Estado no llega a protegerlos.

La administración Petro tampoco ha sido ajena a los escándalos de corrupción. Un caso emblemático es el de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, donde se ha denunciado mal manejo de fondos públicos destinados a la atención de emergencias. Esta entidad, crucial para mitigar tragedias como los incendios que azotan al Huila, se ha visto envuelta en irregularidades que ponen en tela de juicio la promesa de transparencia del presidente. Petro, quien alguna vez fue el adalid contra la corrupción, hoy lidia con acusaciones que evidencian la fragilidad de su discurso anticorrupción.

Pero quizás lo más preocupante de todo es el uso de los discursos de Petro para polarizar y dividir al país. Cada vez es más evidente cómo el presidente emplea sus intervenciones públicas para profundizar la fractura entre quienes lo apoyan y quienes lo critican. No se trata solo de una retórica populista, sino de un discurso que manipula la realidad y presenta argumentos que no son ciertos, con el objetivo de convencer a aquellos que aún dudan de su mandato y afianzar la lealtad de quienes se niegan a ver los errores de su administración. Petro ha convertido la palabra en una herramienta de división, usando la desinformación para justificar lo injustificable y perpetuar un mandato que, lejos de unir al país, lo fragmenta cada día más.

Lo que prometía ser un gobierno de cambio ha terminado replicando los mismos errores del pasado. La coherencia, que alguna vez fue el estandarte de Gustavo Petro, hoy es solo un eco distante de un líder que ha caído en los mismos vicios que tanto criticaba. Los colombianos merecen un gobierno que actúe con responsabilidad y coherencia, que no gaste millones en autopromoción mientras miles de familias sufren, que proteja a quienes realmente lo necesitan, y que hable con la verdad, en lugar de dividir a la nación con discursos cargados de falsedades. Petro, que alguna vez dijo no a todo lo que hoy práctica, ha demostrado que, en la política, las palabras pueden perder su valor cuando se enfrentan al poder.

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