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El mal momento del fútbol colombiano

Por: Faiver Eduardo Hoyos Pérez
Abogado

Opinión

Es difícil ser hincha del fútbol colombiano sin sentir un poco de impotencia. El balompié nacional está viviendo episodios grises, brindando un coctel amargo de mediocridad como espectáculo. No hay otra manera de decirlo. Lo que alguna vez fue una liga competitiva, con equipos que imponían respeto en Sudamérica y una selección nacional que ilusionaba, hoy es un reflejo de improvisación, amaños y falta de compromiso.

Comencemos por la casa, el torneo local de la Primera A es un vaivén de irregularidades, con clubes sin identidad de juego, estadios vacíos, un campeonato donde cualquiera puede ser campeón sin demostrar verdadera superioridad, y otras polémicas extradeportivas, como la corrupción enquistada en la Dimayor e incluso en la misma Federación, como ocurrió con el escándalo de la reventa de boletas.

En la Primera B, los rumores de amaños deportivos no son solo chismes de tribuna; ya hay denuncias, partidos sospechosos e incluso clubes bajo la lupa que parecen más ocupados en otro tipo de “negociaciones”, que por formar jugadores o ascender a la máxima categoría. Dejando en evidencia un sistema podrido, donde la integridad se negocia por unos pesos.

El Atlético Huila, por ejemplo, nos muestra otra cara de esta crisis futbolística. Es un equipo que lucha por sobrevivir en un panorama cada vez más desolador, donde los recursos escasean y el talento parece perderse ante la falta de mayores oportunidades a los jugadores del departamento. Ahora bajo el mando de un grupo de extranjeros, están más preocupados por formar una cantera foránea que por el regreso a la Primera A.

Ni qué decir de la Primera C, una categoría sumergida en el olvido, que podría servir de base para el desarrollo de nuevos talentos, pero que no recibe el apoyo necesario para darle la oportunidad a futuros talentos. Los clubes regionales se han convertido en espectadores, sin proyectos y sin la capacidad suficiente para descubrir talentos que puedan brillar a nivel nacional e internacional.

Si nos enfocamos hacia el ámbito internacional, los resultados son igual de desalentadores. Por un lado, Santa Fe y Tolima, sin pena ni gloria, quedaron eliminados recientemente de la Copa Libertadores, sumándose a la lista de equipos colombianos que año tras año hacen turismo en el torneo más importante del continente, dejando un sabor amargo y evidenciando la profunda crisis que nos consume. Ya no somos protagonistas, somos comparsa.

Mientras tanto, en el fútbol femenino, la Selección Colombia que hace algunos años nos llenaba de orgullo, hoy sufre goleadas humillantes. El partido contra Japón en la SheBelieves Cup, no fue solo una derrota, fue un espejo que refleja nuestra realidad. Estamos perdiendo terreno en todos los frentes, incluso las chicas que antes nos hacían vibrar, hoy luchan contra su mal momento.

La Selección Colombia de mayores no se queda atrás. Desde el 2001 no conocemos la gloria, imponiendo fielmente su filosofía de juego: “jugamos como nunca y perdimos como siempre”. Pero lo más preocupante no son los resultados, sino la actitud. Hemos pasado de ser una cantera de futbolistas con hambre de triunfo a una generación más preocupada por los likes en Tiktok.

Ahora, hablemos de nuestros referentes en la selección. Solo por poner un ejemplo, no es un secreto que Luis Díaz no atraviesa su mejor momento en el Liverpool, pero el problema no es él. El inconveniente radica que hoy sigue siendo el único jugador colombiano en un equipo de élite. Los demás, entre lesiones, suplencias o rendimientos irregulares, han desaparecido del radar del fútbol mundial. Por ende, como lo expresé en mi columna de opinión anterior, me alegra el buen momento que atraviesa James Rodríguez en México, su nueva casa.

Lo más triste es que este declive no es ninguna casualidad. En ese sentido, equipos sin proyectos deportivos serios, una liga con directivos más preocupados por sus beneficios personales que por mejorar la competitividad, y jugadores sin hambre de gloria han convertido al fútbol colombiano en un espectáculo que ya no emociona. No se trata de ser ave de mal agüero, se trata de ser honestos. Nuestro fútbol necesita una revolución con urgencia.

Por eso desde este espacio, envío un mensaje a los amantes de este deporte: es hora de despertar. Hay que recordarles a nuestros futbolistas que representan algo más que una marca personal, que representan un país, una historia, un sueño colectivo. Es momento de dejar de maquillar la realidad, o pronto el fútbol colombiano será un recuerdo de lo que alguna vez pudo haber sido y nunca fue.

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