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La deuda de Petro con las mujeres

Por: Ana María Rincón Herrera

Opinión

Los recientes comentarios de Gustavo Petro, que han sido percibidos como una degradación hacia las mujeres, abren de nuevo un debate necesario: ¿qué tanto ha cumplido el actual presidente con su promesa de garantizar igualdad de género en el poder?

No es la primera vez que Petro en sus discursos, cae en expresiones que desdibujan el papel de la mujer en la sociedad. Pero lo más grave no son solo las palabras, sino los hechos. Su propio gabinete ministerial refleja una ausencia de paridad real: mientras el discurso presidencial habla de inclusión, la práctica sigue dejando a las mujeres en un segundo plano. Hoy, en un gobierno que se autodenomina progresista, es evidente que las mujeres no ocupan la mitad de los cargos de mayor poder ni participan en igualdad de condiciones en la toma de decisiones estratégicas para el país.

La contradicción es evidente. Petro se erige como un líder que lucha por los derechos de los más vulnerables, pero no ha sido capaz de consolidar un verdadero espacio de liderazgo femenino en su administración. Los nombramientos parecen responder más a cálculos políticos y equilibrios de poder que a un compromiso genuino con la equidad de género.

Degradar a las mujeres desde el discurso y negarles espacios de poder en la práctica no es un simple descuido: es un reflejo de una visión política donde la igualdad sigue siendo un accesorio, no un principio rector. Y eso, en pleno siglo XXI, resulta imperdonable.

La agenda de género no puede ser un adorno ni una herramienta de campaña y mucho menos una bandera de la cual el progresismo ha pretendido adueñarse; debe ser una convicción materializada en políticas, en presupuestos, y sobre todo, en la presencia real de mujeres en los niveles más altos del poder. El país necesita que el presidente deje de lado el doble discurso y entienda que no hay verdadera transformación social sin paridad y sin coherencia en sus palabras y actos.

El llamado es claro: no más palabras vacías ni comentarios degradantes. Colombia necesita hechos, y necesita que desde la Casa de Nariño se dé ejemplo. El futuro de la política nacional no puede seguir siendo diseñado mayoritariamente por hombres; las mujeres tienen el derecho y la capacidad de ser protagonistas de las decisiones que marcarán el rumbo del país.

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