Por: Jorge García Quiroga
Hace pocos días, Neiva fue escenario de una tragedia que no podemos ignorar: un ciclista perdió la vida y otro quedó gravemente herido tras ser atropellados por un conductor irresponsable. Este caso, que enluta a sus familias y al gremio ciclista, es uno más en la larga lista de muertes que siguen ocurriendo en las carreteras de Colombia.
Detrás de cada accidente no solo hay cifras, sino vidas que se apagan por la imprudencia de quienes, a pesar de conocer los riesgos, se suben a un vehículo bajo los efectos del alcohol. Y lo peor es que estas tragedias podrían haberse evitado.
Según el Ministerio de Transporte de Colombia, en 2021 se registraron 3,180 muertes en accidentes de tránsito, de las cuales 360 fueron ciclistas, lo que representa aproximadamente el 11% del total de víctimas fatales en las vías. Además, estudios de la Fundación FESVIAL indican que el 25% de los accidentes mortales de ciclistas en Colombia involucran a conductores ebrios. Este porcentaje es alarmante y refleja una realidad que, lejos de disminuir, sigue cobrando vidas año tras año.
La conducción bajo los efectos del alcohol es una de las principales causas de accidentes en el país. Las estadísticas son claras: el alcohol disminuye la capacidad de juicio y aumenta la probabilidad de que se cometan errores fatales al volante. Sin embargo, la respuesta de las autoridades no ha sido suficiente para frenar este problema. Muchos conductores que causan accidentes mortales por conducir ebrios no enfrentan las consecuencias adecuadas. Una simple multa o la suspensión temporal de la licencia no son castigos proporcionales a la magnitud de la tragedia que provocan. La vida de un ciclista, o de cualquier otra víctima, no se puede recuperar con una sanción económica.
El reciente caso en Neiva es un recordatorio de que la impunidad no puede seguir prevaleciendo. Cuando un conductor asesina a un ciclista bajo los efectos del alcohol, está cometiendo un crimen, no solo una infracción de tránsito. Las penas deben ser más severas, porque la irresponsabilidad al volante no solo destruye vidas, sino que también destroza familias enteras.
Este caso también nos invita a reflexionar sobre la educación vial. Las leyes existen, pero es urgente que se genere una verdadera conciencia social sobre los peligros de manejar en estado de embriaguez. Es necesario enseñar a los conductores que, al subirse a un vehículo borrachos, no solo ponen en riesgo su propia vida, sino también la de los demás, especialmente la de quienes circulan sin protección, como los ciclistas.
Las autoridades deben endurecer las sanciones y tomar acciones más estrictas para evitar que se sigan repitiendo estas tragedias. Pero, además, debemos fomentar una cultura de respeto en las vías, donde la vida de todos, especialmente de los más vulnerables, sea lo más importante.
El dolor de las familias afectadas en Neiva y en todo el país es un reflejo de la triste realidad que enfrentan los ciclistas todos los días en las calles. Es hora de que, como sociedad, pongamos un freno a esta tragedia. Las vidas de los ciclistas, que eligen un transporte más saludable y ecológico, deben ser protegidas y valoradas de manera efectiva.