Por: Jorge García Quiroga
El fin de año es una celebración que nos invita a reflexionar, a despedir lo vivido y a dar la bienvenida a lo nuevo. Más allá de un simple cambio de fecha, este momento está marcado por tradiciones, rituales y sentimientos compartidos que conectan a las personas en un espacio común de esperanza y renovación. Para muchos, el 31 de diciembre es una fecha en la que se cierran ciclos y se abren puertas a nuevas oportunidades. Esta celebración tiene una profunda carga emocional y cultural que nos recuerda lo efímero del tiempo y la importancia de vivir el presente.
Históricamente, el concepto de marcar el fin de un ciclo y el inicio de otro tiene miles de años. Las antiguas civilizaciones, como los egipcios y los romanos, ya celebraban el paso del tiempo, utilizando el cambio de año como una forma de rendir homenaje a los dioses y agradecer por lo vivido. Sin embargo, no es solo un rito de agradecimiento, sino también de esperanza. El fin de año nos conecta con la idea de que, aunque el tiempo avance, siempre hay una oportunidad para empezar de nuevo, para replantearnos nuestras metas y sueños. Es como si, al despedir el año, estuviéramos dejando atrás todo lo que nos pesa y nos limita.
Desde un punto de vista científico, el fin de año marca el cierre de un ciclo astronómico: la Tierra completa su órbita alrededor del Sol. Este simple pero significativo fenómeno tiene un impacto en nuestra percepción del tiempo. Vivir la transición del 31 de diciembre al 1 de enero nos recuerda la inevitabilidad del paso del tiempo y la necesidad de aprovecharlo al máximo. Es un momento para hacer balance, no solo de los logros del año que termina, sino también de las lecciones aprendidas, los desafíos enfrentados y las experiencias compartidas.
En Colombia, a la medianoche, se celebran rituales cargados de significado. Muchos comen doce uvas, una por cada campanada, pidiendo un deseo para cada mes del nuevo año. Otros escriben sus metas o queman un muñeco de trapo, conocido como “Año Viejo”, para simbolizar el adiós a lo negativo y darle la bienvenida a lo positivo. Estos pequeños gestos reflejan la esperanza colectiva de un mejor futuro, la creencia de que siempre hay algo por lo que seguir adelante.
El fin de año, en su esencia más humana, nos invita a hacer una pausa, a mirar atrás para aprender y a mirar adelante con renovada fe. Es un momento para estar con los seres queridos, para reflexionar y para imaginar un nuevo comienzo. En Colombia, como en muchas partes del mundo, el fin de año es más que una fiesta: es una celebración del renacer, de la oportunidad de empezar de nuevo y de la magia que ocurre cuando todos, juntos, dejamos que el tiempo nos transforme.