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Empatía, generosidad y compasión

Por: Fredy Ernesto Tovar Montenegro

En una de las jornadas cotidianas de mis almuerzos en casa de los Fernández, mas conocidos como los Chaparro, acá en el municipio que comparto con el autor de La Vorágine, Rivera mi patria chica; tuve una amena charla con Martín, uno de los hermanos de esta apreciada familia. En sus diatribas surgió el interés por el tema de la presente columna de opinión.

En mi reflexión posterior pude recordar que como lo afirmaba el francés Emile Durkheim, uno de los padres de la Sociología de la Educación, este fenómeno se puede entender de dos maneras: como fenómeno reproductor del Status Quo o como proceso social transformador, donde los individuos construyen criterio propio y su papel como ciudadanos es el de cambiar las condiciones de inequidad y exclusión por una alternativa con justicia social. Mi amigo Martín afirmaba su desinterés por seguir en la tarea/lucha de aportar a las pequeñas/grandes transformaciones de nuestro terruño, justamente por el desaliento que se siente cuando con tanto esfuerzo los logros son efímeros.

Lo que es indiscutible es que la educación, además de fundamental en la construcción de sociedad, tiene un papel preponderante para la humanidad y es el de consolidar principios y valores que sustenten el crecimiento y la expansión del humanismo.

Con este preámbulo, quiero centrar la mirada en la empatía, la generosidad y la compasión, valores que, en estos tiempos contemporáneos de postmodernidad, de desplazamiento de lo fundamental por lo efímero, se están embolatando en el individualismo reinante.

La empatía definida como la capacidad de entender y comprender las actitudes, los comportamientos y los sentimientos del otro se vuelve condición innegociable de un ciudadano responsable de su comunidad y mucho más si este ciudadano tiene algún rol de liderazgo. La generosidad asumida como la capacidad de dar, de compartir, de entregar, sin recibir nada a cambio, es otra característica que debiera identificarnos como ciudadanos, pero que es irrefutable en un líder político, mucho más cuando lo que compartes hace parte de lo que necesitas. Y la compasión, determinada como la capacidad de asumir como mío el problema del otro y en consecuencia la solución del mismo, son valores que los grandes líderes políticos y sociales han tenido como condición que brilla en su integridad.

Pero la realidad nos muestra que los líderes que históricamente han dominado el escenario político nacional, regional e incluso local adolecen en gran medida de hechos y acciones que visibilicen estos tres valores.

No de otra manera, podemos entender que hitos de la historia patria como la masacre de las bananeras, la retoma del palacio de justicia, el robo de las elecciones de Pastrana, la toma de Marquetalia, las masacres de Mapiripan, el roble, Bojayá, El salado, la escombrera, los asesinatos de más de 6.402 jóvenes a manos del Ejército y del paramilitarismo, la corrupción y la impunidad rampantes en las altas esferas del Estado, no son más que el reflejo de los antivalores que hoy se posan en el imaginario colectivo de nuestra sociedad.

Lamentablemente la historia de la humanidad es la historia de las guerras y nuestra sufrida Colombia no es la excepción.

El último y más doloroso suceso que desnuda a nuestros gobernantes en su individualismo, sus antivalores y sus posturas de espaldas a los intereses de las mayorías, es la absurda y autocrática decisión del alcalde de Medellín al ordenar el blanqueamiento de las paredes que fueron pintadas con el mural que les daba la razón a las madres de los asesinados y sepultados en la Escombrera, después de la operación Orión ordenada por el innombrable y su otrora ministra Martuchis en contubernio con el paramilitarismo reinante de la época.

Pues a pesar de la decisión equívoca de ocultar la memoria que se pintaba de colores, para borrar la realidad que se escribió con sangre inocente, la empatía, la solidaridad, la generosidad y en montones la compasión se hizo presente en muchos colombianos que hoy han pintado las calles con el Mural “la cuchas tenían razón” ya no solo en Medellín, sino en Bogotá, Cali, Neiva y varias ciudades más, gritando a los cuatro vientos la verdad que el poder oficial ha ocultado.

Por hechos como este, me atrevo a afirmar objetivamente que el gobierno actual, sigue agitando las banderas del cambio, de la transformación social y de la construcción de justicia para las mayorías, pues de continuar con los gobiernos tradicionales, estas realidades de apuño seguirían ocultas bajo el manto de la impunidad, de la justicia comprada, de las instituciones de control nombradas a dedo y de la corruptela más descarada, como venía ocurriendo en los gobiernos anteriores; sin desconocer que todavía queda mucha tela por cortar.

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