inicioOpiniónLa pureza que divide: una reflexión frente al legado de Donald Trump

La pureza que divide: una reflexión frente al legado de Donald Trump

Por: Luís Ernesto Salas Montealegre

La idea de pureza siempre ha sido una trampa. Nos promete perfección, pero en el camino nos divide y nos hiere. Esa obsesión ha marcado momentos oscuros en la historia: desde los linajes aristocráticos hasta los totalitarismos del siglo XX. Y mientras, Donald Trump, un líder que supo convertir esas divisiones en un arma para consolidar su poder.

Trump no habla explícitamente de “pureza”, pero todo en su discurso lo insinua. Cuando dijo “Make America Great Again”, muchos escucharon una promesa de volver a un pasado mejor, pero, para millones, esa grandeza significaba exclusión. Significaba un país donde ciertos grupos no tienen cabida o seran relegados a los márgenes. Su retórica convirtió a los inmigrantes en enemigos, a las minorías en una amenaza, y a los diferentes en un “otro” que deben ser combatidos.

El muro en la frontera con México, más allá de su funcionalidad, se convirtió en un símbolo. No es solo un intento de frenar la inmigración, sino un mensaje claro: “tú no perteneces aquí”. Para las familias separadas, para los niños enjaulados en los centros de detención, ese muro es una abstracción política. Es una barrera que rompe vidas, sueños, y la esperanza de encontrar un lugar seguro donde ser libres.

Lo que más duele no es solo el impacto de esas políticas, sino la forma en que nos acostumbramos a mirar al otro con sospecha. Trump no inventó esos miedos, pero los amplificó. Y lo más triste es que, al hacerlo, se alimentaron los prejuicios que ya estaban ahí, latentes, esperando un líder que les diera voz.

Los seguidores de Trump son los nuevos puritanismos, esos que a veces caen en excesos moralistas. Pero hay una diferencia importante: mientras algunos luchan desde el puritanismo por corregir desigualdades, Trump y su movimiento las exacerban. Uno no puede evitar preguntarse, ¿qué tan lejos hemos llegado si seguimos cayendo en los mismos errores, si seguimos viendo al otro como un enemigo y no como un ser humano con sus propias luchas y esperanzas?

En medio de todo esto, hay una lección que se repite. Las sociedades más fuertes no son las que buscan uniformidad, sino las que abrazan la diversidad. El mestizaje no es solo una mezcla de colores o culturas; es una forma de vida, una manera de entender que las diferencias nos enriquecen.

Cuando Trump hablaba de “América primero”, tal vez olvidó que la grandeza de Estados Unidos siempre ha estado en su capacidad de integrar, de ser un crisol donde las historias de todo el mundo encuentran un hogar.

A veces nos perdemos en los discursos políticos, en las luchas ideológicas. Pero al final, esto no va de muros ni de bandos. Va de personas. De familias que solo quieren vivir sin miedo. De trabajadores que cruzan fronteras buscando lo mismo que cualquiera de nosotros: una oportunidad. Va de recordar que la pureza es un espejismo y que nuestra humanidad radica en lo contrario: en nuestra imperfección, en nuestra mezcla, en nuestra capacidad de convivir y construir algo juntos.

Cuando la historia nos juzgue, no será por los discursos que dimos, sino por cómo tratamos a quienes más nos necesitaban. La verdadera grandeza de una nación no está en su pureza, sino en su humanidad.

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